viernes, 19 de abril de 2019

CAPITULO 103




Inspiré hondo una última vez, procurando darme valor para salir del baño.


¿Por qué Pedro todavía no estaba allí? ¿Por qué me había dejado así?


Abrí la puerta. Desde el corredor vi a Martin alzar la cabeza en mi dirección desde la pantalla de su móvil. Llamaron a la puerta de su
autocaravana en ese exacto momento.


Cerré la puerta del baño detrás de mí y Martin fue a atender la de la entrada.


—Soy Pedro, abre —contestó el campeón cuando el brasileño preguntó quién era.


Éste me echó una mirada como consultándome si debía permitirle entrar; asentí con la cabeza, tironeando de la holgada camiseta del equipo Asa por debajo de la chaqueta que también llevaba el nombre y los colores de ese equipo. 


Intenté acomodarme debajo de esas prendas que no eran mías. En realidad la incomodidad no partía de lo físico; lo físico era un síntoma de lo que cargaba dentro, de lo que estimaba que se curaría al verlo a él llegar. Pese a mis previsiones, su llegada no tuvo el efecto de un bálsamo reparador; todo lo contrario, los nervios clavaron sus afilados dientes en mi yugular.


Martin abrió la puerta.


Pedro me miró directamente a los ojos.


—Aquí estás... —entonó en un jadeo. Giró la cabeza para detectar la presencia de Martin—. ¿Qué haces con esas ropas?


El carioca cerró la puerta detrás de él. Ahora sí que no ocultaba su mala cara.


—¿Es eso lo primero que se te ocurre preguntarme?


Pedro se llevó una mano a la frente y caminó hasta mí.


—No, lo siento. ¿Estás bien? —Cogiéndome por la cintura, plantó un beso en mi mejilla.


No contesté con palabras, simplemente lo miré. 


Creo que entendió que no.


Soltó mi cintura y se apartó de mí un paso.


—Creí que irías a la cocina.


—Tenía que cambiarse. Imagino que viste el estado en el que la dejó Mónica. —Martin se plantó más cerca de nosotros, cruzándose de brazos.


—Sí, ella también estaba toda sucia de tarta.


—¿Y por eso te fuiste con ella?


—No, no me fui con ella. Es que tenía que apartarla de ti. Además... es todo muy reciente.


—¿Has visto lo que me ha hecho?


—Sí, lo he visto.


—Me ha atacado. Ha destrozado tu tarta de cumpleaños y me ha dejado en ridículo, y tú te has ido con ella.


—Bueno, no ha sido exactamente así —articuló en un tono que sonó muy a la defensiva. 


Después de todo, estaba atacándolo; comenzaba a enfurecerme con él.


—Esa mujer está loca.


—Esa mujer era mi novia hasta esta mañana. Teníamos planes para contraer matrimonio, crecimos juntos tanto personal como profesionalmente.


—Ya, y por eso te has ido con ella y no conmigo.


—Aquí estoy ahora, Paula. Tenía que aclarar las cosas con Mónica. No puedes culparla.


—Ella tiene la culpa por el desastre de la tarta, pero tú la tienes por irte con ella.


—Simplemente intentaba arreglar el desaguisado que he montado. No es culpa suya, lo es mía —soltó alzando la voz.


—Y por fin lo admites —le grité en respuesta.


—Eso hago. Es que te pones como una loca y no comprendes cómo son las cosas; cualquiera diría que no lo quieres entender.


—¿Entender? —chillé; ya estábamos los dos hablando a gritos—. Si es que contigo, más que nada, debo adivinar. ¡Yo qué sé qué te pasa por la cabeza o qué tienes! ¡O por qué esa mujer dice que te quiero matar!


—Cualquiera diría que quieres hacerlo de un disgusto. No necesitabas estamparle la tarta encima.


—¡Ella me lo hizo a mí primero! —bramé frenética.


—¡¿Y qué? ¿Eres una niña de cinco años que tiene que copiar las tonterías que hacen otras?!


—Eres un imbécil —troné.


—Y tú eres incapaz de ubicarte —aulló él.


—¡Ubicarme, ¿dónde, si no tengo ni la más puta idea de dónde estoy situada contigo?!


Pedro abrió la boca para gritarme algo en respuesta, pero no llegó a hacerlo porque Martin se interpuso entre nosotros.


—Alto, alto, alto. Calma los dos. Por favor, parad de gritar, que éste no es el modo de solucionar las cosas. Estáis ambos demasiado alterados.


—Culpa de tu amigo, que es un idiota.


Pedro se apartó un poco. Me miró mal.


—No deberías llevar esas ropas —murmuró por lo bajo para apartarse en dirección al sector de la cocina.


—¿Hubieses preferido que me quedase toda embadurnada de esa maldita tarta que hice para ti y que tu exnovia me estampó en la cara? ¿En esa puta tarta que es probable que tú ni te hubieses molestado en probar? No sé ni para qué mierda la hice —le grité mientras él se servía agua en un vaso que acababa de sacar de uno de los muebles. Evidentemente sabía dónde estaba todo allí.



—¡Deja de gritarme!


—Si no quieres que te grite, habla: dime lo que tengo que saber, si es que quieres que sepa algo. —Tragué saliva—. ¿O es que ya te has arrepentido?


—Arrepentirme, ¿de qué?


—¿Te has arreglado con ella?


—¿Arreglarme? Paula, no puedo extirpar a Mónica de mi vida, ella es una parte de mí. No es tan sencillo como te puede parecer desde donde tú estás. No quiero perderla.


—Perfecto, entonces vuelves con ella.


—¡Pero ¿qué pasa contigo?! —me chilló, y todo mi mal carácter subió por mi garganta.


—¡Tú eres lo que me pasa!


—Eh, Duendecillo, calma. —Martin llegó a mí para sujetarme por los hombros y apartarme un poco de Pedro—. Deberíais calmaros los dos, por favor. Campeón, no ayudas, de verdad.


—Ni tú —le contestó Pedro—. No deberías haberle dado esas ropas, ni debería estar aquí contigo. Todos se enterarán de esto.


—A ver, campeón: si querías evitar dar un espectáculo, podrías haber evitado lo de la llegada y podrías haber hecho algo para intentar evitar lo que sucedió en el box hace un rato. No me culpes por traerla aquí para intentar ayudarla.


Pedro se agarró del borde de la encimera y, contra ésta, se apoyó de espaldas.


—Creo que vosotros dos tenéis mucho de qué hablar, y confío en que sabréis hacerlo en paz y sin mataros.


Pedro lo miró con cara de odio.


—Ahórrate eso, campeón. —Martin le tiró un falso golpe—. En fin, lo hecho, hecho está. Ahora que, si pretendéis sacar algo bueno de esto, os sugiero a ambos que os digáis todo lo que debéis deciros.


—No tengo mucho que decir —gruñí.


—Paula, por favor —me pidió Martin—. Es cierto, es probable que quien más explicaciones tenga para dar sea Pedro, pero no se lo compliques, que el hombre es un idiota y esto le cuesta.


—¡Ehhh! —se quejó Pedro.


—Os dejaré solos. Por favor, no os matéis. Pedro, es hora de que le cuentes la verdad.


Pedro se le cayeron los hombros.


Martin recogió su abrigo, nos echó una última mirada a ambos y salió de la autocaravana.




2 comentarios:

  1. Pero qué idiota este Pedro, me encanta cómo lo enfrenta Pau jajajaja.

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  2. Encima pretende tener razón!!!! Que suelte la verdad de una vez!

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