sábado, 20 de abril de 2019

CAPITULO 106




Pedro se acomodó entre mis piernas y yo me dejé caer hacia atrás. Sabía que no llegaríamos mucho más allá de las caricias y los besos, al menos por el momento, pero necesitaba eso y, si Suri había esperado hasta entonces, también podía esperar quince minutos más. No pensaba apartar las manos de Pedro de mi piel, ni su boca de la mía, ni su mirada de lo más profundo de mi ser.


Si Pedro tuviese idea de lo poco que necesitaba para hacerme feliz...


Me di el gusto y lo besé con ganas, dejé que devorase mi boca; eso era mucho mejor que que se comiese lo que yo cocinaba. En tantas tonterías había pensado, tantos miedos e inseguridades metí de por medio entre él y yo... y en ese instante, con mis manos en su cabello y las de él requisando mi cuerpo con una necesidad imposible de ocultar, quedó claro que llegamos allí en el momento exacto, oportuno, ni antes ni después.


Resultaba increíble tenerlo así para mí, tener sus besos en mi boca y su vida, no solamente una parte de su existencia, así frente a mí.


Mi corazón sonó igual que el motor de su bólido en plena aceleración. Le permití rugir con gusto.


El único problema fue alejarme de Pedro, quien no apartó sus manos de mí hasta que descubrimos a Martin yendo y viniendo por delante de su autocaravana. Al vernos juntos, el brasileño me preguntó si todo estaba bien y,
cuando yo le di el «ok», se abalanzó sobre nosotros para abrazarnos y, en ese abrazo, hacernos saltar con él de felicidad. Sin duda debíamos parecer tres idiotas; sí, la felicidad provoca eso...


Por suerte Martin me echó una mano para sacarme a Pedro de encima y así poder regresar a la cocina.


Procuré seguir trabajando con normalidad. Ilusa de mí, llegué a pensar que sería sencillo. Suri me hizo pasar por un estricto interrogatorio, un tercer grado, y, después de eso, de vuelta al hotel en el microbús con los mecánicos y el resto del equipo, fue una locura de burlas cariñosas, gritos y carcajadas, a las que me uní.


No pude decidir si la felicidad de los chicos del equipo era tanta o más que la mía.


No, más que la mía seguro que no.


Ni el recuerdo de lo sucedido con Mónica ensombrecería lo magnífico de ese día.


«Te amo, Siroco», entoné mentalmente, esperando que el mensaje llegase directo a su mente, a su corazón.


1 comentario:

  1. Ay qué lindo que esten tan enamorados!! Miedito que conizco a la familia... No sé por qué el padre me da mala espina...

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