miércoles, 24 de abril de 2019

CAPITULO 116




El campeón abrió la puerta de su Jaguar para mí y, a continuación, lo rodeó por delante para ponerse al volante. Nos largamos de allí a toda velocidad, para perdernos en las calles de Barcelona vestidas de noche, de camino a su hotel.


Entre caricias y besos, llegamos al mismo.


El ascensor se detuvo y una campanilla muy suave sonó, anunciando la inminente apertura de las puertas.


Era tarde, por lo que allí reinaban la calma y el silencio; si hasta en la recepción podría haberse oído el canto de un grillo, por la tranquilidad que había cuando nos atendió un somnoliento recepcionista que, de no estar tan dormido, creo que habría saltado por encima del mostrador de la recepción para abrazar al campeón y hacerse una fotografía con él.


—Aquí es —anunció Pedro indicando con un gesto galante las puertas que se abrían—. Después de ti.


—Gracias. —Al pasar por su lado, toque sus labios con los míos.


Salí a un muy moderno pasillo, en el que apenas había un par de puertas.


Lo sentí llegar por detrás y posar sus manos sobre la parte baja de mi espalda.


—A la derecha —susurró en mi oído derecho, pegándose a mí.


Giré la cabeza y vi que, en ese pasillo blanco, gris y negro, muy moderno, hacia la derecha sólo había una puerta.


—Por lo visto tienes mucha privacidad aquí.


—Sí, podrás gritar todo lo que quieras —entonó con voz sedosa, para comenzar a besar mi cuello y la piel de detrás de mi oreja.


Reí.


—¿Lo dices por pedir auxilio o...?


—Sí, quizá necesites que te rescaten. Cada vez se me antoja menos separarme de ti.


—Pues tendrás que esforzarte al máximo para convencerme de que me quede.


Pedro imprimió sus besos por encima de mi cuello hasta llegar a mi nuca, y allí, en mis cortos cabellos, hundió su nariz para inspirar profundamente y con una necesidad tal que todo mi cuerpo se alteró. Con sus manos en mi cintura, me pegó a él.


Una de mis manos cogió la suya y la otra, su cuello.


—Si sigues así, no lograremos llegar a tu habitación y, si bien esto es muy privado, no creo que debamos...


El campeón no me permitió terminar la frase. 


Con un movimiento decidido y fuerte, me hizo girar sobre mis talones para ponerme de frente a él. No le costó nada alzarme para que nuestras bocas quedasen a la misma altura.


Mis brazos rodearon su cuello; mis piernas, sus caderas.


Lo sentí tenso y fuerte debajo de mí, y eso me hizo besarlo todavía con más ansias, con más necesidad.


Ni sus manos ni las mías podían con nuestra urgencia.


A paso decidido, Pedro me llevó hasta su puerta, devorando mi boca con besos que me consumían con esas mismas ganas que durante tanto tiempo deseé que tuviese de lo que yo preparaba en la cocina del equipo. Sin duda eso era mucho mejor que verlo comer alguno de mis postres o tartas, o que cualquier comida que pudiese ayudar a Suri a preparar. Que su boca la reservase para mí, mejor así.


Dimos contra la puerta y Pedro pegó sus manos a mi trasero, apretándome todavía más contra él. Se me escapó un jadeo, porque mi piel pedía a gritos la suya... imagino que desde la primera vez que lo vi y, como llevaba dos meses acumulando la ansiedad de la distancia, se deshacía en trozos ante su tacto. «Dos meses atrás», pensé, y mi cerebro dejó de funcionar después de que sus labios se apartasen de mí para sonreírme.


—¿Qué? —jadeé dentro de su boca.


La respuesta llegó primero en sus ojos azul celeste fijos en los míos.


Se me puso la piel de gallina. Quise abrazarlo y pegarlo a mí para siempre.


No quería volver a separarme de él en mi vida.


—No puedo creer que esto esté sucediendo.


—Quiero creer que no te arrepientes.


Me miró, parpadeó, sonrió y me besó rápido una vez más.


—No, es sólo que creí que jamás sucedería. Estaba seguro de que no ocurriría, creí que te hartarías de mí, de lo que soy, de lo que implica estar conmigo, incluso sin saber todo lo que implica estar conmigo. Es que no puedo creer que quieras seguir adelante.


—Y yo todavía no puedo creer que aún no hayas abierto esa puerta y me permitas entrar de una buena vez. Te amo, Pedro. Yo sólo quiero estar contigo. —Estirando el cuello, uní mis labios a los suyos, provocándole una amplia sonrisa.


—También te amo, petitona. Te amo no sólo por lo que eres, sino también por estar aquí. —Guardó silencio mirándome directamente a los ojos otra vez —. Te amo —estampó un beso sobre mis labios—, te amo —y otro beso más —, te amo.


Por poco lo estrangulo debido al abrazo que le di, en que apreté su cuello para pegarlo a mí mientras reía.


—Abre ya la condenada puerta de una maldita vez, campeón, que llevo dos meses esperando esto.


—Corrección: todavía no hace dos meses que nos conocemos, eso será en tres días.


—¿Llevas la cuenta?


—¿Tú qué crees? —me contestó sonriendo, rebosante de felicidad y de algo que me pareció que era orgullo—. Nunca olvidaré nuestro primer encuentro en la cocina.


—Ni yo.


—No esperemos más —soltó, y sacó del bolsillo trasero de sus pantalones la tarjeta, que pasó por el lector para abrir la puerta, la cual, al instante, desapareció de detrás de mi espalda.





No hay comentarios:

Publicar un comentario