miércoles, 24 de abril de 2019
CAPITULO 117
Pedro, todavía cargándome, dio un par de pasos dentro de la habitación para cerrar luego la puerta de una patada. Por lo que pude pescar por el rabillo del ojo entre los besos que nos prodigábamos, percibí que todo allí dentro era igual de moderno que en el exterior, quizá un tanto frío y desde luego muy muy amplio. Ésa debía de ser una suite con todas las de la ley; apenas parecía utilizada, por el orden que reinaba en ella. El caso es que no detecté nada fuera de lugar de camino a su habitación.
Tampoco allí había ropa por en medio, ni toallas abandonadas con prisas, ni zapatos olvidados medio debajo de la cama... cama que, por cierto, era enorme.
Pedro me bajó al suelo. La luz de la luna que entraba por la ventana nos iluminó a ambos.
Detecté una única maleta a los pies de la cama, muy pequeña, que estaba cerrada pero sin los cierres pasados; de cualquier modo, nada asomaba de ésta.
Allí también había una bolsa grande, negra; era con la que solía verlo ir y venir del circuito, y una maleta de mano, una de esas que algunas mujeres usan de neceser de viaje. No me sorprendió ser testigo de su pulcritud, de lo organizado que era; probablemente ya estuviese listo para partir la mañana siguiente.
—Éste no es el mejor sitio —susurró acariciando con una mano mi mejilla y con la otra mi cuello—, te preferiría en mi casa, en Mónaco.
—No veo la hora de estar allí contigo. Quiero comprobar si tienes tu habitación así de ordenada, ver si tienes ropa sucia tirada por los rincones o restos de comida debajo de la cama. —Reí—. Me muero de ganas por conocer dónde vives, de ver tus cosas, de estar allí, rodeada de tu perfume. —Me apreté contra él—. Por lo pronto, deberé contentarme con esto.
—Menos mal que puedes conformarte con esto por el momento. —Movió su cuerpo, juguetón, sobre el mío al tiempo que reía.
Por poco me estalla el cerebro al sentirlo; Pedro me deseaba tanto como yo a él.
—Y no, no escondo restos de comida debajo de la cama, ni dejo la ropa sucia tirada por ahí. Con tanto viaje aprendes a ser ordenado y disciplinado. Es eso o, con tanto ir y venir, pierdes hasta la cabeza. No me resultó fácil acostumbrarme a ser así de metódico, y aún menos lo fue amoldarme a serlo de adolescente, sobre todo porque eso implicaba llevar un orden y un cuidado de mi medicación y mis necesidades, de las que prefería no tener que depender.
—Eres mi héroe, ¿lo sabes?
—¿Por qué?, ¿por no dejar ropa sucia tirada por el suelo? Te lo advierto: cuando me ducho, mojo todo el baño. ¿Eso a las mujeres os fastidia, no?
—Por tu fuerza de voluntad, idiota.
—Solamente tuve que esforzarme por amoldar esa realidad a mi vida; era eso o la derrota y, como te imaginarás, no me gusta nada perder —canturreó meneando la cabeza.
—Lo llevas con entereza.
Pedro rio.
—No te creas... Tengo días de mierda, días en que odio mi cuerpo por estar enfermo, días en que me fastidia saber que por ahí hay gente que no tiene que lidiar con esto. Sé que hay personas que están mucho más enfermas que yo — meneó la cabeza—, pero a veces, simplemente, estoy cansado y me pongo de mal humor y quiero gritar y...
Acuné su rostro con mis manos.
—Allí estaré yo para ti. Cuando tengas ganas de gritar, cuando tengas días de mierda, allí quiero estar para ti.
—No soy un héroe —me dijo mirándome muy serio—. A veces soy simplemente muy yo, y tú siempre pareces tan decidida a sonreír, a ser feliz...
—Ok, mejor dejamos de idealizarnos el uno al otro y vuelves a besarme.
Y eso hizo. La boca de Pedro aterrizó sobre mis labios, dulce, cuidadosa, tomando todo de mí muy despacio, demostrándome que valoraba eso gota a gota, sin intención de perderse ni un solo segundo por llegar al final. Así como disfrutaba de toda la carrera desde la parrilla de salida hasta la meta, incluyendo cada curva, cada sobrepaso, las entradas a boxes y los cambios de clima, Pedro me besó para saciarse de mí, para permitirme reconocerlo en cada
movimiento, en cada inspiración, incluso en aquellos momentos en que, involuntariamente o no, se apartaba un poco de mí o tocaba tal o cual parte de mi cuerpo.
Tener sus manos en mi cabello cuando yo creía que lo odiaba... su fuerte torso pegado al mío, casi plano; sus manos alrededor de mi cintura, en un abrazo tierno y al mismo tiempo candente.
Poder conocer a alguien cuando lo único que habla es su cuerpo no tiene precio, y eso me permitió hacer Pedro mientras nos dedicábamos besos y caricias.
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