viernes, 5 de abril de 2019
CAPITULO 55
Sus ojos no me perdonarían la vida, esperaba una respuesta. Desvié los míos en dirección a Martin, quien, con las cejas en alto y una sonrisa, me demostraba su satisfacción. Estaba disfrutando de dejarme en evidencia delante de Pedro. Dirigí mi vista al campeón—. Bueno, es que nosotros dos no nos llevamos precisamente bien. Y la verdad es que no tenemos por qué; con que podamos convivir en paz, es suficiente, ¿no es así?
—No creo que sea posible tener paz contigo —soltó Pedro.
Mi sonrisa se esfumó.
—¿En serio? —refunfuñé—. Si la paz entre nosotros se acaba, es por tu culpa. Siempre lo es, estás arruinándola ahora. Y yo que creía que podíamos conversar un rato en armonía, como hace un momento, tan sólo al menos para darle el gusto a Martin, porque él está aquí preocupado por haberte ganado y tú, con esa actitud altiva que tienes, no se lo perdonas. Si supieses lo que este hombre se preocupa por ti... y no es el único. —De eso último me arrepentí al instante—. Mucha gente se desvive por mantenerte feliz —lancé rápidamente,
esperando que mi anterior frase pasara desapercibida—. Eres increíble, ¿lo sabes? Y no en el mejor sentido. Sí, eres un piloto grandioso y lo que haces en la pista me deja boquiabierta; sin embargo, la verdad es que...
Pedro me dedicó una sonrisa de oreja a oreja, lo que hizo que me detuviese de pronto.
—¿Qué te hace tanta gracia? —pregunté enfadada. Maldito alcohol, estaba descontrolada por culpa de la cerveza.
—Joder, que pensé que no te detendrías ni para respirar. ¿Y yo soy el que acaba con la paz? Si es que digo dos palabras y tú te aceleras como una loca, abalanzándote sobre mí como si quisieses ganarme la primera posición antes de la primera curva.
Martin soltó una carcajada.
—Contigo, basta con que abra la boca para que te descontroles. ¿Es con todo el mundo así o solamente conmigo? —le preguntó al brasileño.
—Contigo —contestó Martin.
—Es culpa suya; es que es un idiota y un pedante. —Aparté mi rostro y me llevé a los labios el vaso de cerveza.
—Deberías dejar de beber, te afloja la lengua —entonó Pedro, muy tranquilo, alzando la boca de la botella de agua hasta sus labios.
—Tú necesitarías un par de gotas de alcohol; quizá te servirían para relajarte y se te bajarían los humos. No bebes, no osas probar lo que preparo...
—¿Eso hiere tu ego?
—¡Claro que sí! —exclamó Martin.
—Escucha: tú —lo apunté con un dedo— mejor cierras la boca.
—Eres muy susceptible —me espetó Pedro.
—Lo mismo digo, campeón.
—Pero no pareces serlo tanto cuando Suri o Martin te llaman Duendecillo. Si ellos te llaman así, entonces yo puedo llamarte petitona meva.
—¡¿Qué?!
Martin se carcajeó otra vez.
—No me hables en catalán, que no te entiendo, campeón —le gruñí.
Martin continuó tronchándose de risa y me entraron ganas de matarlo.
—Si no entiendes catalán, no es problema mío —articuló sin perder la espléndida sonrisa que dibujaban sus labios. Le arrebató el vaso de cerveza a Martin y bebió un buen sorbo. Martin se lo quitó de las manos.
—¿Qué quiere decir eso?
—Averígualo —me retó presuntuoso.
—No me llamarás así.
—Claro que sí, Martin puede llamarte Duendecillo.
—Martin es mi amigo.
—¿No soy tu amigo?
Lo miré de reojo de muy malos modos.
—Podemos serlo; después de todo, acabas de verme en mi peor momento.
—¿Y eso es...?
—Perdiendo —soltó Martin.
—Llegó en segundo lugar —repuse.
—Eso mismo —entonaron los dos a coro otra vez.
—El que no llega primero es el primero en perder; no es mucho consuelo llegar segundo —me aclaró Pedro.
—Eso —convino Martin—, él se lo toma muy a pecho —apuntó a Pedro con la cabeza—, pero al fin y al cabo así es.
—Sois dos idiotas.
—A ti no te gustaría que te dijesen que tus macaroons son los segundos más ricos del mundo.
—Tú ni siquiera los pruebas —le contesté a Pedro intentando deshacerme de aquello que sentía; la verdad era que no, no me gustaría que me dijesen eso, y menos aún que él me lo hiciera sentir cada vez que rechazaba probar algo preparado por mí.
—Jamás dije que fuesen los segundos más ricos.
—Bueno, bueno, nos desviamos del tema... —Martin cortó nuestra discusión alzando las manos como pidiendo paz—. Yo creo que vosotros dos podéis y debéis ser amigos.
—Martin, con que verbalices tus ganas de que él y yo nos llevemos bien, no es suficiente para que pueda o deba ser así.
—¿No quieres ser mi amiga?
—No me jodas, campeón. ¿De verdad hablas en serio? No me caes bien y tú a mí no me soportas, eso está más que claro.
—¡Ayyy! —exclamó fingiendo dolor en una mueca y llevándose ambas manos al pecho. Me quedé con los ojos abiertos de par en par al presenciar ese comportamiento suyo, del cual nunca antes había tenido muestras de que existiese—. No hables por mí, petitona meva.
—Si me estás insultando con eso, te juro que...
Pedro se rio ante mi principio de amenaza.
—Por eso casi no tienes amigos. —Intenté soltar aquello a la ligera y más que nada lo dije porque la cerveza me tenía medio sin filtro.
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