viernes, 5 de abril de 2019

CAPITULO 57



Que Pedro me hablase así directamente y que quisiese saber de mi vida fuera del mundo del motor me resultaba extraño; me gustaba y al mismo tiempo me incomodaba muchísimo. Tenía la impresión de estar a punto de pasar un examen, uno realmente difícil.


—Sí, así es. —Mi voz salió desafinada por los nervios.


—Te gusta viajar —me dijo sonriéndome.


Asentí con la cabeza.


—A mí también, aunque llega un punto a lo largo del año en el que sólo quisiera encerrarme en la casa en la que crecí en las afueras de Barcelona. ¿Alguna vez has oído hablar de Castellet y Gornal?


—No.


—Es un lugar muy pintoresco, que parece perdido en el tiempo —acotó Martin—. Estuve allí; es un pueblecito pequeñito con...


—¿Me dejas contarlo a mí? —le pidió Pedro sin perder el humor; de hecho, sonreía.


—Sí, claro, campeón; todo tuyo, lúcete. —Le dio una palmada en la espalda y se retiró un poco a beber de su cerveza.


—Bueno, es eso; allí crecí. Es un pueblo pequeño no muy lejos de la Ciudad Condal. Un sitio muy tranquilo. Allí viven mis abuelos.


—¿Tus padres también?


Pedro apartó ligeramente la mirada por una fracción de segundo.


—Sólo mis abuelos maternos y mi abuela paterna. Mi padre vive más que nada en Barcelona; eso cuando no está conmigo en las carreras.


—¿Y tu madre? Ella no aparece por los circuitos, ¿no es así? No creo haberla visto nunca.


Martin puso una más que evidente mala cara y a Pedro se le borró la sonrisa. No necesitaba estar muy sobria para saber que había metido la pata.


—Mi madre murió antes de que yo cumpliese cuatro años; casi no tengo recuerdos de ella. Desde entonces hemos sido siempre mi padre y yo.


Quise desmayarme allí mismo por culpa del alcohol; por desgracia, no estaba tan borracha.


—Lo lamento, no tenía ni idea.


—No tenías por qué saberlo. No pasa nada, fue hace mucho. —Intentó sonreír de nuevo—. A veces me escapo a Castellet; mis abuelas me consienten, preparándome todas las comidas que me gustan, y es bueno alejarse del ruido y el bullicio de vez en cuando.


—Deberías llevarla alguna vez —propuso Martin—. Es cierto, sus abuelas cocinan como los dioses. Podrías pedirles sus recetas. Además, no está muy lejos de la costa, está bastante cerca de Sitges y tienes la playa a cinco minutos. Era la playa de Vilanova, ¿no es así? —le preguntó con inocencia a Pedrocuando éste volvió a mirarlo mal por haberlo interrumpirlo.


Pedro primero rio serio, pero después se le escapó una carcajada ante la cara de niño pequeño que puso Martin, que se me contagió a mí. Nos reímos los dos.


—Sí, la playa es en Vilanova. Una de ellas, en realidad. Toda la costa es preciosa y muy cerca tenemos el pantano de Foix. Definitivamente debería venir alguna vez.


—Quizá cuando viajemos a España para el gran premio de allí.


—¡Es una idea estupenda! ¡Tienes que aprovechar la ocasión, Paula! Además, será el cumpleaños de Pedro pasado ese gran premio.


Pedro lo miró de reojo.


—¿Qué día es tu cumpleaños?


—El 19 de mayo.


—El mío, el 1 de agosto —soltó Martin, y los dos volvimos a carcajearnos.


—Lo celebraremos en Alemania, con unas buenas cervezas después de la carrera. Ahora dame la tuya y deja ya de beber. —Pedro le arrebató el vaso a Martin y bebió un sorbo.


—Tú no deberías beber.


En respuesta a las palabras de Martin, Pedro le tendió su botella de agua.


—Tú tampoco; hace rato que no dices más que tonterías.


—Soy como tu hermano mayor.


—Y por eso estoy teniendo tanta paciencia contigo —le contestó Pedro, en claro tono de broma.


—Sí, porque ya quisieras tú quedarte a solas con mi chica.


La mirada de Pedro se cruzó con la mía por una fracción de segundo.


—Definitivamente estás muy borracho.


Y yo allí, muriéndome de calor, deseando que las palabras de Martin se hiciesen realidad. Bebí dos tragos bien largos.


—Por lo visto tendré que arrastraros a los dos hasta vuestros hoteles.


—No, yo estoy bien.


—Sí, claro. Seguro. Quiero verte cuando intentes levantarte de la silla.


—Exageras —le solté y, para desafiarlo, vacié lo que quedaba de mi vaso en mi garganta.


Pedro me contempló ceñudo mientras lo hacía.


—¿Otra? —me preguntó Kevin desde el otro lado de la mesa y, al contestarle que sí, pidió otra ronda.


Martin recuperó su vaso.


—¿Cuántos hermanos tienes? —disparó Pedro a secas.


—Cuatro, todos mayores y todos varones. El que tiene el restaurante en Londres es el mayor de todos, Tobías.


—Seguro que podríamos hacerle una visita cuando viajemos al Gran Premio de Gran Bretaña. Me gustaría conocerlo.


Mentalmente le contesté que yo no creía que fuese así en realidad. Él no tenía ni idea.


—Sí, quizá —respondí vagamente. Esa noche no parecía del todo real, con él actuando así; quizá esa burbuja ya se hubiese roto al día siguiente.


—Debe de ser una experiencia muy particular tener tantos hermanos.


—Ciertamente no ha de ser lo mismo que ser hijo único como tú, campeón —entonó Martin, y la camarera puso frente a sus manos un nuevo vaso de cerveza muy fría.


—No, seguro que no.


—¿Tienes primos o más familia?


—Mi madre tenía dos hermanas. Sí, tengo un par de primos; no los veo muy a menudo, no viven en el pueblo, sino en Barcelona, y la verdad es que yo vivo la mayor parte del año, la que no paso viajando, en Montecarlo. ¿No extrañas a tu familia? Martin me dijo que llevas seis meses fuera de tu casa; bueno, ahora son más, porque te has unido a nosotros.


—Sí, bueno, era una experiencia que no podía desperdiciar. Veré qué será de mi vida el próximo año.


—¿Eso quiere decir que no considerarás quedarte en la Fórmula Uno el año próximo?


—¿Por qué lo preguntas?, ¿echarás en falta mis comidas?


Martin soltó una estruendosa carcajada, con la que escupió parte de la cerveza que estaba tragando.


Yo bebí un sorbo de la mía, también recién llegada y fresca.


—Yo... —Un móvil comenzó a sonar y entonces Pedro se interrumpió. Era su teléfono—. Debe de ser Mónica, le pedí que me llamase cuando... —El campeón nos miró por turnos a Martin y a mí y se levantó de la silla.


Kevin no tardó ni treinta segundos en ocupar su sitio y, pese a que el holandés me caía muy bien, lo odié. Le convenía moverse de allí en cuanto Pedro regresara de hablar con su novia.




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