miércoles, 10 de abril de 2019
CAPITULO 70
Al verme sola y al descubierto, en el acceso a su villa, comprendí que debería de haber pensado en una excusa para justificar mi presencia.
Sin tenerla, continúe avanzando. El justificativo que tenía no podía cargarlo en las manos y era probable que, aunque intentase explicárselo a Pedro, él no llegase a comprenderlo. Pensé en Sochi y en nosotros. Alcé la cabeza y lo miré.
Pedro ya se había percatado de que alguien se aproximaba a su villa y se inclinaba hacia abajo, intentando adivinar la identidad de su visitante.
—¿Quién anda ahí? —gritó asomándose un poco más.
Mis pasos se clavaron en el camino.
—Soy yo, Paula —me anuncié, alzando la voz para que me oyese desde la terraza. ¡Por Dios que estaba helando ahí fuera! No entendía cómo él había conseguido no convertirse en escarcha allí arriba.
Hubo un par de segundos de silencio.
—¿Qué haces aquí a esta hora?
—Hemos llegado hace poco rato del circuito y me ha parecido verte. Sólo paso para saber si te encuentras bien.
—Deben de ser más de las dos de la madrugada.
—Sí, no sé... me quité el reloj antes de meterme en la ducha. Supongo que serán las dos y media o así. Las tres quizá. ¿Todo va bien? —planteé, dubitativa, temiéndome que fuese a mandarme a freír churros, por decirlo de un modo poético. Al instante se me antojaron churros con chocolate caliente; es que con ese frío...
—¿Por qué me preguntas eso?
—Bueno, es que te vi cuando entrábamos con el microbús y me preguntaba si... —tragué en seco—, si estabas bien. No quiero molestarte, pensé que quizá... Es muy extraño e incómodo hablar así a gritos contigo allá arriba. Solamente quería asegurarme de que estabas bien. Es tarde y tú te levantas temprano, y como mañana es la clasificación...
—¿Has venido a ponerme más nervioso?
Bueno, al menos comenzaba admitiendo que estaba nervioso.
—Puedo prepararte un té, si quieres.
—¿Has venido aquí, a las dos y media de la madrugada, para ofrecerte a prepararme un té?
—He venido porque he pensado que quizá quisieras... hablar —completé por fin, con todo el miedo del mundo—. O estar en silencio en compañía.
Pedro no emitió sonido alguno.
—O quizá prefieres estar solo —dije más para mí que para él—. De acuerdo, mejor me voy; supongo que, si quisieras un té o compañía...
—¿Quieres un café?
Por poco me caigo de culo.
—Bueno, sí, supongo que algo caliente me vendría muy bien; aquí hace un frío espantoso. No sé cómo los rusos resisten meterse en el mar sin...
Pedro no me permitió terminar.
—En seguida bajo.
Eso era exactamente lo que quería, que él bajase a abrirme, que estuviese solo; imaginaba que debía de estarlo; de otro modo no me invitaría a pasar. En fin, en ese instante tenía lo que quería y no sabía qué hacer con ello.
Era muy tarde para salir corriendo, la luz del recibidor de entrada se encendió.
Pedro debió de bajar a toda velocidad.
Abrió la puerta para recibirme; iba en pijama y con una chaqueta de Bravío igual a la mía.
El pantalón de su pijama era celeste, con finísimas rayas blancas verticales.
Llevaba calcetines, pero iba descalzo.
—Lindo pijama —le dije.
—¿No dormías solamente con camiseta?
—Aquí hace un puto frío espantoso. Justifica llevar pantalones de pijama.
—De estrellitas —me sonrió—, muy bonito. —Se apartó un poco de la puerta—. Pasa o nos congelaremos los dos.
—Me sorprende que no te hayas congelado tú allí arriba.
—La vista merecía el riesgo.
—Es demasiado tarde para disfrutar de las vistas de Sochi.
Pedro se encogió de hombros.
—¿Por qué has venido? —me preguntó una vez más, antes de que yo pudiese poner un pie dentro.
—Estaba preocupada. En China dejaste entrever el modo en el cual encaras esto y entiendo que, quizá, lo que pasó te tenga más ansioso de lo normal y, además de lo de la carrera, está lo que sucedió... Por el bien del equipo y del campeonato, no quiero ser una preocupación más. Bueno, imagino que es probable que exagere al pensar que puedo ser una preocupación para ti... Estoy intranquila por lo que dije frente a los mecánicos de Asa y sé que aquí todos hablan mucho y no quiero causarte problemas. —Después de soltar aquello a bocajarro y casi sin respirar, sólo había conseguido que Pedro se quedase mirándome sin parpadear—. No quiero ser un problema para ti. Es eso. Nada más, perdona por venir a molestarte.
Pedro continuó sin decir nada.
Los segundos de silencio me dieron oportunidad de revisar su aspecto.
Estaba un tanto ojeroso.
—¿Te encuentras bien?
—Estoy muy cansado.
—Deberías acostarte a dormir. Mejor me voy. Al menos me quedo tranquila, has bajado de allí arriba y no te congelarás.
—Pasa. Tengo una máquina de Nespresso. Tómate un café antes de regresar a tu cuarto; quizá eso evite que tú te congeles.
Pedro cerró la puerta y yo me quité la capucha de la cabeza.
—¿Has salido con el cabello mojado? —soltó reprendiéndome.
—Por eso llevaba la capucha puesta. Acabas de sonar como mi papá. — Avancé por la sala de estar—. ¿Estás solo? —le pregunté al notar que todo parecía demasiado vacío.
—No, con mi padre. No te preocupes; estaba muy nervioso y se tomó una pastilla para dormir.
—¿Y...?
—¿Mónica?
—Se hospeda en otro hotel. Este fin de semana los dos tenemos unas agendas infernales y, además, necesito concentrarme en la carrera.
—Ah, bueno.
—Vamos a por el café —propuso pasando junto a mí de camino a la cocina.
—Quizá no sea buena idea. Es muy tarde. —Detuve mis pasos. Ese lugar no era demasiado grande y, a pesar de que su padre dormía sedado o lo que fuese, en ese instante no me parecía muy buena idea haber venido—. Deberías acostarte e intentar dormir.
—Necesito tomar algo caliente —contestó sin detenerse para entrar en la cocina.
—Deberías meterte en la cama. —Lo seguí.
—Lo hice y no logré pegar ojo.
—Tienes que tranquilizarte; en las pruebas de hoy te ha ido muy bien. Seguro que obtendrás la pole position mañana.
Pedro llegó a la cafetera en ese mismo momento, se dio la vuelta y me miró.
—¿Te parece?
—¿Te quedan dudas?
—¿Si me quedan dudas de que te parece o de que conseguiré la pole?
Suspiré.
—Para tu información, creo que estás preparado para conseguir el primer puesto y no creo que deban quedarte dudas —contesté.
—¿Qué te gusta? —me preguntó apuntando a las cápsulas apiladas en un moderno dispensador, pasando de acotar nada a mi respuesta.
—No sé, cualquier cosa. Da igual.
—No puede darte igual —rezongó.
—Es que no suelo tomar este tipo de café.
Pedro cogió del dispensador dos cápsulas de un dorado sedoso muy elegante.
—Si no te gusta, te preparo otro.
—No, está bien, no te preocupes. ¿Seguro que no quieres ir a acostarte? Tienes que descansar.
—Ahora eres tú quien suenas como mi padre. Toma asiento, no pasa nada.
No muy convencida, me acomodé en una de las sillas que rodeaba la mesa de la cocina. No sabía qué hacer con mis manos o hacia dónde mirar. Al final acabé observándolo a él, su perfil. No tenía buen aspecto. ¿Estaría enfermo o sería solamente cansancio, tal cual afirmaba él?
—No es por meter cizaña, pero estás ojeroso. ¿Has cenado? Puedo prepararte algo de comer, si quieres.
La cafetera terminó de llenar la primera taza.
—Gracias, pero ya cené. —Me tendió la taza y se dispuso a preparar su café.
—Es tarde, pero si tienes hambre puedo cocinar algo rápido. Sé que no eres fan de mis comidas; sin embargo, para salir del paso, estaría bien.
—No es preciso, de verdad.
—¿Seguro? ¿No tendrás fiebre? —Prácticamente se pisaba las ojeras—. ¿Y si voy a buscar a tu preparador físico? César, ¿no es así? No sé en qué habitación se aloja; puedo ir a preguntar por él en recepción y traerlo.
—Si lo necesitara, ya lo habría llamado.
La cafetera acabo de preparar su café.
—Bien, de acuerdo; como quieras.
Pedro tomó asiento a mi lado alrededor de aquella pequeña mesa redonda.
Bebí un sorbo de café, igual que él. Los dos nos miramos y medio que nos medimos sobre los bordes de nuestras tazas.
—Sí que estabas preocupada para venir hasta aquí a esta hora —entonó nada más despegar la taza de sus labios.
Me aclaré la garganta y dejé mi taza sobre la mesa.
—Te vi allí fuera... pensé que te congelarías.
—Bueno, has conseguido hacerme entrar. —Sonrió.
En respuesta, le sonreí también.
—Otra vez... mil perdones por lo de China.
—No pasa nada.
—No quiero causarte problemas con tu novia.
—No me has causado ningún problema. Mónica y yo estamos muy bien.
Un monstruo de dientes largos se retorció dentro de mi estómago; quería salir a dar una dentellada por ahí.
—Me alegro.
Volvimos a beber en silencio.
—Sochi no tiene las mejores noches primaverales, pero... ¿quieres subir un momento a echar un vistazo? Merece la pena.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario