sábado, 13 de abril de 2019
CAPITULO 81
A simple vista allí parecía que no había sucedido nada. Cada cual continuaba con sus quehaceres.
Agarré el carro y, sin querer, mi vista pasó por el corredor hasta el que me había arrastrado Pedro. Allí, ahora al sol, estaba él, observándome.
Me dio tanta vergüenza que tuve la impresión de que mi cuerpo se movía demasiado lento al girar para continuar mi camino.
Apreté el paso y acabé de alejarme de él.
Durante el trayecto hasta la cocina, procuré tragarme todas las lágrimas que querían ahogarme.
Esperar que lo sucedido le afectase de algún modo hubiese sido lo mismo que esperar ver hadas o duendecillos rondando por allí. Pedro siguió adelante como si nada, destrozando los tiempos de todos, incluso los suyos propios, durante las dos sesiones de pruebas. Ése era su gran premio, estaba en casa, y se le notaba. En ese circuito se sentía más cómodo que en ninguna parte y, de principio a fin, durante ese fin de semana era el chico estrella, no únicamente por ser el campeón en defensa de su corona a la cabeza del campeonato, sino porque ése era su país; ése, su circuito... eso sin contar con que en unos días sería su cumpleaños y que las tribunas no dejaban de aclamar su nombre.
Siroco era el rostro detrás de cada micrófono, detrás del casco, protagonista de cada entrevista, de cada foto, de cada vídeo.
Así como él debió de disfrutar la jornada del viernes, porque todo le salió a pedir de boca, yo la sufrí desde que puse un pie en la cocina.
Carbonicé un bizcocho, me queme friendo los condenados langostinos con corteza de panko, me hice un corte al picar cebolla...
La vergüenza que sentía por lo sucedido era tanta que durante todo el día apenas si asomé la nariz fuera de la cocina para ir al baño; tenía miedo de cruzarme con cualquiera que hubiese podido presenciar mi pelea con Mónica, y además era muy probable que, a pesar de que los testigos no habían sido muchos, todo el mundo debía de estar al corriente de lo ocurrido.
Lo que más pánico me daba era que, a pesar de mis intentos por ocultarme, de hacer ver que nada había pasado, la realidad llegase a mí. Si es que, el par de veces que la puerta de la cocina se abrió, esperaba ver llegar a Érica con la noticia de que estaba despedida. Eso, hasta ese momento, no había sucedido; sin embargo, no podía desprenderme de la sensación de que era un hecho inminente.
Cuando le conté a Suri lo ocurrido por poco me mata; por supuesto, le di una versión abreviada de los acontecimientos y no le conté los verdaderos motivos por los que me había enfrentado a Mónica así.
Repasé la encimera con un paño con alcohol por última vez, mientras Suri se quitaba el delantal sucio.
—¿Estás bien? Llevas demasiado rato sin pronunciar palabra.
Dejé el trapo a un lado.
—Sí, no te preocupes. —Moví el cuello y todas mis vértebras crujieron. Comencé a desatar el nudo delantero de mi delantal—. Es que quisiera poder volver el tiempo atrás para cambiar lo que hice. Intentaré encontrar un modo de disculparme con Mónica. Que ella continúe actuando con las personas que la rodean del modo que quiera, yo no suelo ser así y lo que pasó me pesa.
—Se nota. Hoy no pareces tú.
—No soy yo. Al menos no solía ser así.
—Hazlo cuanto antes, que llevas todo el día con cara de sufrimiento.
La verdadera razón de mi sufrimiento no era lo que había pasado con Mónica.
—Sí, la buscaré y me... —interrumpí mi frase porque llamaron a la puerta.
Quien llamó no esperó a que le diesen permiso para entrar, simplemente empujó la puerta y, al verlo asomar la cabeza, comprendí por qué no esperó a que lo invitasen a entrar.
Al ver el rostro de Pablo, el mundo se me vino encima. No tenía la cara de feliz que se esperaba pudiese tener después de la espectacular actuación de Pedro esa jornada, y de que él y Haruki se perfilaban para quedarse, al día siguiente, con los primeros dos puestos de la clasificación para el gran premio del domingo.
—Buenas noches.
Quise inspirar hondo, pero no lo conseguí; el aire no entró en mis pulmones.
—Buenas noches, señor —lo saludó Suri y yo, a pesar de que con él me había tuteado y de que habíamos bebido más de un trago juntos, ni siquiera logré responder a su saludo.
Pablo plantó toda su humanidad, que no era poca, dentro de la pequeña cocina.
—¿Puedo hablar contigo un momento? —En realidad no me lo preguntaba: era una orden que entonó clavando sus ojazos en mí.
—Sí.
—Sígueme, por favor.
Por lo visto no iba a llegar a ver ganar a Pedro el domingo, ni podría terminar de preparar su tarta de cumpleaños. Quizá fuese lo mejor para todos.
Sin volver a mirarme, Pablo salió de la cocina y yo lo seguí.
—Acompáñame a mi oficina.
Eso no podía ser peor. No me quedaron dudas de que iba a despedirme.
En silencio, caminamos hasta los camiones donde se encontraban las oficinas de la dirección del equipo. Ya era muy tarde y quedaba poca gente trabajando.
Pablo abrió la puerta para que pasara.
Nunca había estado allí; el espacio era sobrio y bonito, y dentro olía a su perfume. Hubiese preferido visitar el lugar en otras circunstancias, unas un poco más afortunadas.
Entré y él lo hizo detrás de mí, cerrando la puerta a su espalda.
—Toma asiento, por favor. —Con una mano me indicó las sillas que estaban de mi lado del escritorio, repleto de papeles y otras cosas.
Con las palmas sudadas, me acomodé en la silla.
Pablo rodeó la mesa y se sentó.
—Imagino que sabes por qué estás aquí.
—Sí. Estoy muy avergonzada, de verdad. No suelo ser partícipe de este tipo de escenas. Le pediré disculpas a Mónica y te las pido a ti ahora. No pretendía convertirme en una vergüenza para el equipo. Perdóname, fui irresponsable e inmadura. Lo siento muchísimo.
—No puedo tolerar situaciones semejantes entre los integrantes del equipo.
—Lo sé, lo entiendo. Haz lo que tengas que hacer. Lo lamento muchísimo, Pablo... señor. Lo siento.
Pablo se quedó en silencio, mirándome.
—Mónica llegó aquí pidiendo tu cabeza.
—Sí, no me sorprende. Lo que ella hizo no justifica mi proceder... pero la verdad es que esa mujer es una arpía. Mi actitud dejó bastante que desear y lo sé, lo sé muy bien; ojalá ella lo entienda también.
—Eso lo dudo —replicó Pablo, recostándose sobre el respaldo de su sillón.
Su rostro se relajó un poco.
—¿Qué?
—A mí tampoco me cae muy bien; sin embargo, eso no justifica iniciar una riña de niñas malcriadas en mitad del sector del equipo.
—Sí, bueno...
—Mónica vino a pedirme que te despidiera.
—Sí, ya lo he entendido. Solamente me resta pedirte, por Suri, si es que aún no has conseguido un reemplazo para mí, que me permitas quedarme hasta el final del fin de semana, para no dejarlo solo. Tenemos demasiado trabajo y...
—En cuanto Mónica se fue, vino a verme Pedro.
Dejé de hablar en cuanto me interrumpió, y apreté los dientes. Mi pulso se aceleró. ¿Qué habría venido a decirle?
—Mónica le explicó a Pedro que había venido a pedirme que te despidiera, y Pedro vino a decirme que, si te despedía, él se iba también.
No puedo explicar el sentimiento que hizo que una enorme sonrisa se instalase en mis labios.
No quise sonreír, pero no pude evitarlo.
Pablo se reclinó sobre el escritorio hasta apoyar los codos sobre el borde, con el rostro muy serio.
—Perdón por eso, hablaré con él para decirle...
—No creo que necesites decir nada más.
—Pablo, lo lamento tanto... Lo último que quería era causarte tantos problemas. Pedro no se irá del equipo si me voy. Sólo debió de decirlo por
decirlo.
Pablo negó con la cabeza.
—No lo creo; me dijo que ya había hablado con David y que estaba al tanto de la multa que debía pagar por irse del equipo antes de que terminase su contrato... y añadió que estaba dispuesto a pagarla, que le importaba todo una mierda. Esas fueron sus palabras textuales.
Mi corazón se detuvo.
—¿Qué?
—Eso; que si te despido, él se va de Bravío así, sin más.
Nos quedamos en silencio. No sabía quién de los dos estaba más sorprendido.
—¿Sabes que fue él quien pidió que te contratásemos?
Me quedé de piedra.
—¡¿Qué dices?! Si Pedro jamás... él... yo no...
—Obviamente no te despediré; no quiero perder al mejor piloto de la categoría y, menos aún, a la mejor chef pastelera que un equipo pueda pedir.
—Pablo... —Todavía no podía creer que eso estuviese sucediendo.
—Lo que lamento es no haber tenido la oportunidad.
—La oportunidad, ¿de qué?
Pablo inspiró hondo; soltó el aire por la nariz.
—A ver, que me parece que podríamos comenzar a hablar con la verdad por delante. Mónica tiene miedo de que le quites a su novio, y Pedro no renunciaría al campeonato por cualquier cosa. ¿Qué sucede entre Pedro y tú?
—Entre nosotros, la verdad, es que nada, o casi nada. Lo que me pasa a mí... —Lo miré a los ojos—. Persona, yo solamente... yo... bueno, estoy...
—¿Enamorada del campeón?
Asentí con la cabeza.
—Pero no es recíproco. Insisto en que su amenaza de irse no ha debido de ser en serio. Y no me queda muy claro por qué pidió que me contratasen.
—Pedro no está acostumbrado a dar explicaciones de por qué hace o deja de
hacer algo. No es muy fácil hablar con él. A él no le gusta hablar. Le dije que era ridículo que se fuese del equipo por ti y me contestó que yo podía pensar lo que quisiera sobre su decisión, pero que no pensaba quedarse aquí si tú te ibas. Así de simple. Al menos eso fue lo que afirmó.
—Entonces, ¿qué...? ¿Le preguntase a él si sentía algo por mí?
Pablo me miró ceñudo.
—Perdón.
—Estoy aquí para dirigir un equipo de Fórmula Uno, no para hacer de casamentera, ni siquiera si eso tiene que ver con la felicidad del campeón. No te he traído aquí para despedirte, no puedo hacerlo y no pude hacer que él entrase en razón sobre lo absurdo de todo esto. Tan sólo te pediré, igual que se lo pedí a él, que, por favor, solucionéis esto entre vosotros como personas adultas, porque no quiero que vuelva a darse un espectáculo semejante. El único espectáculo que me interesa ver es el de Pedro llegando en primer lugar, con Haruki siguiéndolo. ¿Queda eso claro?
—Sí.
—Vosotros dos tenéis mucho que resolver y espero que lo hagáis pronto, porque, si no, no me quedará más remedio que prescindir de ambos. Y, para serte completamente sincero, lo que más me pesará será prescindir de ti. Me he
malacostumbrado a tenerte por aquí cerca.
Bajé la vista. Me sentí mal por lo que apenas habíamos intentado comenzar.
—De cualquier modo, supongo que, si tienes ganas, cualquier día podríamos ir a tomar un café. Me importa una mierda si a Mónica le parece que no es propio del director del equipo compartir una copa o lo que sea con una de las cocineras del mismo. Ella no me dirá a mí cómo vivir mi vida.
Pablo me sonrió y yo le devolví la sonrisa.
—En serio, vosotros dos tenéis que resolver este asunto pronto.
—Te aseguro que no hay nada que resolver, Pablo. Se lo dije a la cara, le confesé que estoy enamorada de él, y no sucedió nada. Ya se me pasará, él se olvidará de esto y todo volverá a la normalidad, lo prometo. No causaré más problemas. —Hice una pausa—. Quizá sea mejor que dejemos eso de salir a tomar un café para más adelante.
—Claro. No hay problema.
—Disculpa por todo este embrollo.
—A modo de disculpa me vendría bien una buena porción de tarta de cumpleaños.
—No dudes de que la tendrás.
—Ok, perfecto. Entonces ya no tenemos nada más que discutir. Anda, vete a descansar, que todos hemos tenido un día muy largo y necesitamos reponernos para mañana. —Pablo se puso de pie y yo hice lo mismo.
Rodeé el escritorio, me estiré y le di un beso en la mejilla.
—Gracias.
—Lárgate ya de aquí. —Pablo sacudió la cabeza sonriéndome—. Si el campeón no se da cuenta de lo que se pierde...
Me encogí de hombros.
—Me disculparé con Mónica.
—No, será mejor que no vuelvas a acercarte a ella. Le pedí a Érica que le enviase a su hotel unas flores a modo de disculpa en nombre del equipo. Tú no intervengas y procura no cruzarte en su camino, al menos hasta que todo esto se aclare. No quiero más problemas.
—Como prefieras.
Pablo soltó un suspiro.
—Vete ya, antes de que a Suri le dé algo. Debe de estar imaginándose que estoy echándote de Bravío.
Le sonreí.
—Hasta mañana, Pablo.
—Hasta mañana, Duendecillo —entonó guiñándome un ojo.
Salí corriendo de su oficina de regreso a la cocina y allí me encontré con Suri al borde de un ataque de nervios.
Entonces sí, no me quedó más remedio que contarle toda la verdad, y hacerlo fue un verdadero alivio.
Cuando salimos de la cocina tras apagar las luces, era muy tarde ya y, si bien tenía ganas de correr en busca de Pedro para hablar con él sobre lo sucedido, me pareció que lo mejor era dejarlo estar al menos por ese día. Yo ya había dicho todo lo que tenía que decirle y, por una vez, sería bueno que él viniese a mí y no que yo fuese a él.
En mi habitación de hotel, me dormí pensando en Pedro.
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