miércoles, 17 de abril de 2019
CAPITULO 93
Mataría al campeón en cuanto lo tuviese delante. ¿No habría sido más sencillo esperar a terminar la carrera y todos sus compromisos para venir a hablar conmigo como dos personas normales?
Mis pantorrillas y muslos temblaron. ¿Y se suponía que debía enfrentar al resto del equipo?
Llegamos a la entrada del box de Bravío.
Sobre unos soportes, al lado de la entrada, había varios pares de auriculares de los que usaban los mecánicos del equipo tanto para protegerse del ruido como para comunicarse entre ellos. Érica llevaba los suyos colgando del cuello; me tendió unos a mí.
Me los coloqué sobre las orejas y, en cuanto giré la cabeza hacia el interior del box, me percaté de lo obvio: todos se habían girado a observarme, pese a que estaban levantándose para correr a la calle de boxes para recibir al ganador, quien se encontraba recorriendo los últimos metros de la última vuelta del Gran Premio de España. Un par de ellos me dedicaron saludos con la mano, pulgares arriba, y creo que más de uno gritó algo que, por suerte, gracias a los auriculares, no oí.
De refilón, vi al padre de ue se lo llevasen de mi lado., quien me dedicó una levísima mirada y pasó de largo, hacia el exterior, tras los pasos de David. Me dio la impresión de que los dos preferían no percatarse de mi presencia, como si se esforzaran en ignorar que Pedro había solicitado mi presencia a través de un medio tan
público como por el que lo había hecho.
Por suerte, ni rastro de Mónica. Ante eso, suspiré aliviada; un segundo encontronazo con ella no me haría ningún favor. El mero hecho de pensar que Pablo había tenido que aceptar que me mandasen llamar después de todo, después de que Pedro amenazara con renunciar por mí, ciertamente no haría que me ganase más estima por parte de Pablo, sino todo lo contrario. Con lo que casi habíamos empezado y con el control que demostraba tener Pedro sobre todas las decisiones que se tomaban en el equipo... me imaginé que, para Pablo, tener que darle todos los caprichos al campeón debía de resultar un fastidio; sin duda eso, de algún modo, debía socavar su autoridad allí.
Decidí apartar esos pensamientos a un lado, al menos por el momento.
Apreté los labios, ansiosa... ¡el campeón quería verme frente a todo el mundo!
Érica apuntó con la cabeza hacia el exterior, indicándome que saliese.
La seguí.
Aparecimos en la calle de boxes. Los automóviles se acercaban rugiendo con furia, con brío. Giré la cabeza y divisé su monoplaza; allí venía mi viento, ese tornado que tenía el poder de arrasar con todo a su paso.
La bandera a cuadros cayó y las tribunas se pusieron en pie para vitorearlo, mientras los mecánicos lo celebraban.
El resto de los motores rugieron frente a nosotros, uno tras otro, al traspasar la meta.
El pit wall de Bravío estaba rodeado de cámaras y fotógrafos.
Alguien me dio una palmada en la espalda, como felicitándome.
Giré la cabeza y vi que era uno de los mecánicos.
Con Érica y los mecánicos del equipo Asa, que iban a recibir a Martin, apretamos el paso en dirección al vallado que contendría al público, para separarlo de los tres pilotos que ocuparían el podio. Contra las vallas ya se agolpaban los periodistas y esa aparte del público que tenía acceso a los boxes: los vips.
Comencé a sentirme observada.
Otro saludo, esta vez de parte de uno de los mecánicos de Martin.
Junto a nosotras apareció la encargada de relaciones públicas del equipo y, por encima de mi hombro, vi a Toto, a Pablo y a otro de los ingenieros de Pedro avanzar en nuestra dirección. Se los notaba complacidos; venían caminando, conversando entre ellos. Un grupo se les acercó; eran tres hombres, uno de ellos el máximo jefe de la categoría, el dueño de todo; el segundo, el dueño del equipo Bravío, haciendo gala de una sonrisa de oreja a oreja, y el tercero era un expiloto de la categoría que corría cuando yo era pequeña.
Era el summum de lo surrealista para mí: todos ellos... y yo allí, siendo arrastrada por Érica y el resto de la marea humana en dirección al vallado, porque el campeón me quería en ese lugar al llegar.
«El campeón me quiere aquí», repetí dentro de mi cabeza, sin tener ni la menor idea de con qué me saldría Pedro al bajar de su bólido. ¿Sería sólo para sacarse las ganas que tenía de verme allí, tal como me había pedido? ¿Me ignoraría? ¿Cruzaría una mirada de sus ojos azul celeste conmigo?
Iba a estallar por culpa de los nervios.
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