miércoles, 17 de abril de 2019
CAPITULO 96
En cuanto se alejó poco más de un metro, vi a Martin en la entrada a la zona de acceso a pesaje y al podio, hablando con otro de los pilotos. Imaginé que Haruki ya había entrado a pesaje.
El brasileño, con un brazo, sostenía su casco, pero, al ver que lo miraba, me sonrió y alzó un pulgar en alto en mi dirección.
—Así que eso era lo que tenía que decirte. —Érica rio detrás de mí—. Eso explica la discusión que le oí mantener esta mañana temprano con Mónica. Un poco más y convierte en giratoria la puerta de la autocaravana del campeón — comentó intentando poner cara de nada. Eso de permanecer neutral no le salía muy bien que digamos en ese instante.
—¿Los has visto discutir?
—Sí, y no ha sido la primera vez. Imaginé que algo sucedía; bueno, algo sucede desde hace tiempo, eso es evidente. Esta vez me pareció que no era igual que las otras, porque hoy Mónica no ha pisado el box y tampoco la he visto hablar con Pedro antes de la carrera. También he sabido que anoche fuiste tú quien lo encontró después de que los chicos le gastasen aquella broma.
—Así es.
—Jamás lo había oído dirigirse a ella así. No creí que el campeón fuese capaz de nada semejante. Nunca le oí decirle a Mónica nada parecido, y menos en público. Pedro no es el mismo que antes del comienzo de la temporada.
—Ni yo —admití agradecida.
—Me alegro por vosotros. Además, que quede entre nosotras —se me acercó—: Mónica no me gusta. Bueno, a los chicos tampoco les cae demasiado bien. En fin, que me hace muy feliz veros juntos. Has provocado un cambio drástico en el campeón.
—Si ha cambiado es porque ha querido.
Érica se encogió ligeramente de hombros.
—Supongo.
Al volver la vista al frente, me encontré con una cámara de televisión justo delante y de pronto me di cuenta... no sé cómo no había pensado en eso antes; allí, al otro lado de la pantalla, podían estar mis padres, mis hermanos,
Lorena, el resto de mis amigos, mi familia. Ya podría ir preparándome para lo que se me vendría encima.
De los nervios, sonreí todavía más.
Los mecánicos saludaron a la cámara y gritaron el nombre de Pedro y del equipo. Alguien me abrazó y sentí vergüenza, y entonces percibí movimiento en el podio. Pedro salió dando saltos, celebrándolo, alzando su puño derecho en alto. Feliz y sonriente, se inclinó sobre la baranda; lo vi buscarme, lo saludé, me encontró y, dando otro espectáculo, comenzó a tirarme besos.
Los chicos a mi alrededor se carcajearon y el cámara, frente a mí, se rio; Érica se hizo eco de las risas también. Haruki apareció en el podio festejando su segundo puesto a su modo tan japonés. Martin, bastante más efusivo, salió al sol de España para agradecerle a su equipo haber conseguido el tercer lugar en la carrera, lo que lo mantenía todavía dentro de la disputa por el campeonato. Sin duda, los tres pilotos sobre podio eran los que tenían más oportunidades de aproximarse a la corona ese año, y creo que todos en la categoría lo sabían. Si no habían sorpresas, como un gran salto de calidad de algún equipo distinto, la batalla se centraría en ellos. Con un poco de orgullo, quizá un tanto de egoísmo y, sin duda, con muy poca neutralidad, deseé con todas mis fuerzas que el campeonato quedase en manos de quien minutos atrás me había dicho que, gracias a mí, por fin respiraba.
Pedro había batallado toda su vida por conseguir alcanzar sus metas profesionales, que eran su sueño. Mi sueño siempre había sido ser feliz, amar y sentirme amada, y allí estaba mi sueño, convirtiéndose en realidad en las inhalaciones del cinco veces campeón del mundo, Siroco.
«Siroco, Pedro Alfonso, el campeón, mi novio», entoné dentro de mi cabeza.
Qué loco e irreal sonaba eso. ¡Qué bien sonaba eso! ¡Excelente!
Pedro me tiró otro beso y luego, saltando con las dos piernas, trepó a lo más alto del podio para, allí, elevar su puño hasta lo más alto, una vez más.
El público lo ovacionó, enloquecido.
Le entregaron su trofeo, su botella de champagne y entonces, con la ópera Carmen sonando de fondo como siempre, Pedro nos bañó a todos en champagne con la colaboración de Martin y Haruki. Entre estos dos últimos se encargaron de empapar a Pedro, mientras éste derramaba líquido sobre la cabeza de Toto, quien había subido al podio para recibir su premio en nombre del equipo.
Pedro invitó a sus dos compañeros a la cima del podio y desde allí saludaron, mientras, desde abajo, docenas de fotógrafos capturaban el momento.
El expiloto hizo acto de presencia para comenzar la pequeña rueda de prensa que siempre hacían en el podio. Pedro contestó la primera pregunta y en seguida coló un agradecimiento en español y después, en catalán, para su público y para mi vergüenza y regocijo de todos, y sin que nadie le preguntase nada, le dedicó esa victoria a su petitona, es decir, a mí. La carcajada fue unánime, y yo me puse tan roja como los uniformes del equipo que era emblema de la categoría.
Creo que al expiloto le costó bastante hacer que Pedro se concentrara en lo que le preguntaba, pues no hacía otra cosa que mirar en mi dirección y sonreír.
Pedro, que hasta ese día había sido uno de los pilotos más calculadores, quizá también un tanto fríos, y que siempre estaba completamente concentrado en su trabajo, actuaba como un niño que simplemente estaba pasando un buen
momento, uno que no tenía problemas en demostrar su felicidad, en respirar profundo, bien hondo, aceptando todos los riesgos y las oportunidades que la vida tiene para dar.
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