martes, 7 de mayo de 2019

CAPITULO 159




Pedro me ayudó con los auriculares y la capucha ignífuga. Pablo, que había estado sosteniendo en sus manos mi casco, me asistió para colocármelo mientras Pedro se preparaba. 


Sosteniendo mi cabeza por el casco, el director
del equipo me colocó el HANS y lo fijó al mismo.


El hecho de que iba a dar unas vueltas al circuito en un Fórmula Uno conducido por Pedro se volvía cada vez más real, más palpable.


Los fotógrafos, cámaras y periodistas no se perdieron ni uno solo de nuestros movimientos mientras me instalaban a mí en la parte trasera del vehículo, en un espacio que resultaba minúsculo hasta para mi tamaño.


Comencé a sudar y a preguntarme cómo hacían los pilotos para soportar eso durante al menos una hora y media.


Pedro se acomodó frente a mí mientras los mecánicos e ingenieros pululaban a nuestro alrededor terminando de instalarnos todas las piezas de protección y conectarnos a todos los cables; el principal, el que me regaló la voz de Pedro y la de Toto, ambos preguntándome si los oía alto y claro y si estaba cómoda.


—¿Cómoda? Me siento como una sardina, muchachos.


Toto se carcajeó de mí.


—Tranquila, petitona; cuando lo ponga en marcha ya no te sentirás como una sardina.


—Te sentirás como en un cohete espacial —acotó la voz de Pablo. Los había visto a él y a Toto alejarse hacia el pit wall, pero con la cabeza de Pedro por delante de mí, no alcanzaba a verlos allí sentados, hablándome.


—Recuerda no vomitar, Paula —me dijo Toto.


—Púdrete —le contesté en broma, falsamente enojada.


Fue el turno de Pedro de reír.


—Muy bien, campeón; acaban de darme el aviso de que tienes la pista toda para ti. Acaban de anunciarlo, así que la gente os espera allí fuera. Cuando quieras, la pista es toda tuya; repito: pista abierta, podéis salir cuando queráis —informó Pablo a Pedro, y yo también lo oí en mis auriculares.


—Ok, entendido —contestó—. ¿Estás lista, petitona?


—Todo lo que puedo estarlo.


Pedro rio suavemente otra vez.


—Muy bien, amor, allá vamos. Toto, estamos listos. Cuando tú me dejes, me voy de paseo con mi novia.


—Ahhh, los dos tortolitos —canturreó Toto, y la comunicación hizo un par de clics y chisporroteó.


De refilón vi a un par de mecánicos alejarse de nosotros, llevándose consigo las fundas que mantenían calientes los neumáticos.


—Listos para partir —anunció la voz de Toto, y entonces, con un gruñido ronco e increíblemente potente, el biplaza comenzó a vibrar. Lo sentí vivo a lo largo de toda mi columna, en mi abdomen, en la parte superior de mis muslos, en los latidos de mi corazón.


Se me escapó un estúpido grito de emoción que no conseguí contener.


—¿Te gusta? —quiso saber Pedro, con la voz llena de emoción y orgullo.


—Esto es increíble —jadeé extasiada.


Pedro aceleró el motor sin que nos moviésemos de nuestro sitio y los rugidos por poco me lanzan a la estratosfera por la emoción.


—Ok, chicos. Nos vemos luego —entonó Pedro.


El mecánico, que estaba situado al lado del morro del vehículo manteniéndolo en alto, lo bajó y se apartó, llevándose consigo el carrito.


—¿Nos vamos, petitona?


—Cuando quieras, Siroco.


Vi el pulgar de Pedro apenas asomar por el lado derecho del automóvil.


No pude ni parpadear una vez más antes de que Pedro avanzara con el coche. Nos movimos despacio hacia fuera del box, muy a ras del suelo. Parecía completamente increíble estar viéndolo todo desde ese ángulo, desde esa posición. Mis ojos no daban crédito y mi corazón no se sentía demasiado capaz de soportar tamaña emoción.


Con el controlador de velocidad, el Fórmula Uno avanzó por la calle de boxes con un ronroneo contenido de fiera enjaulada que espera a ser liberada a su máxima expresión.


El semáforo de la salida de boxes nos daba vía libre allí delante, al final de la calle.


—Recuerda que te amo —me dijo Pedro cuando nos acercábamos al final de la línea de edificios.


Entendí que lo decía en broma y para advertirme de que estaba a punto de acelerar.


—Ok, ok —le contesté con voz tímida—. Lo recordaré, tú acelera.


—Te prometo que eso haré. —Rio—. Sostente fuerte.


Contuve el aire justo a tiempo. Cruzamos la línea del final del box y Pedro aceleró considerablemente para tomar el camino a la pista, pero no fue hasta que dimos de frente con el circuito que no experimenté realmente lo que significaba la velocidad desde allí dentro.


Grité de felicidad, sin importarme a cuántos ingenieros o mecánicos dejara sorda. Pedro rio con ganas y pisó el acelerador todavía más al tomar la recta.


Eso era absolutamente increíble.


Una curva a la izquierda y pensé que nos iríamos al pasto y a continuación contra la pared. Otro tramo y una curva hacia el otro lado. Los tirones en mi cuello por la fuerza eran impresionantes, y de las aceleraciones para qué hablar: sentía como si estuviesen aplastándome contra el asiento y, aun así, eso era lo más excitante y estupendo que había hecho en toda mi vida, y no lo olvidaría jamás.


Oí a Pedro y a Toto intercambiar información; después Pedro volvió a preguntarme si me encontraba bien. Cuando le contesté que perfectamente, que eso me encantaba, me respondió que al empezar la siguiente vuelta aceleraría de verdad, porque la vuelta anterior sólo había servido para acabar de darle temperatura a los neumáticos.


Y eso fue lo que hizo. El mundo a los lados del vehículo dejó de ser algo preciso para pasar a convertirse en pantallazos mezclados con adrenalina y una pizca de temor que no hizo más que volverme todavía más loca de felicidad. Pedro iba hablándome, explicándome lo que hacía al tomar tal o cual curva o el porqué de si se tiraba hacia un lado o al otro de tal o cual recta... El pobre intentó indicarme qué había a cada lado de la pista, como si eso fuese un paseo turístico, pero yo no conseguiría recordar nada de eso, solamente su voz, el calor de nuestros cuerpos allí dentro... la velocidad, el viento dando contra mí, él... Siroco, mi Siroco.


Fueron las diez vueltas más estupendas del universo y, por mí, podrían haber sido muchas más. No grité de miedo, sino para dejar escapar un poco toda la alegría y la energía de la que Pedro me proveyó al llevar el automóvil al máximo por cada curva y cada recta, deleitando a los espectadores.


Si es que incluso tuve ganas de bailar y de saltar dentro del biplaza.


—Se terminó, petitona. Lo siento. Prometo intentar llevarte de paseo alguna otra vez —me anunció Pedro tomando la entrada a boxes.


—¡Mil gracias! ¡Gracias! Ha sido estupendo, Pedro. Demencial y, a la vez, increíble; he adorado cada segundo. Te amo; gracias por esto, campeón.


—¿Has oído eso, Toto? Nos debes a los dos una cena. Puedes ir diciéndole a Ilse que esta semana vamos a ir los dos a comer a tu casa.


Toto rio.


—Campeón, sabes que mi esposa cocinará para ti cuando tú quieras. De acuerdo, he perdido, no ha devuelto sobre tu espalda —dijo Toto fingiendo voz de desahuciado.


—¡Toto! —chillé a sabiendas de que podía oírme.


—Estamos todos muy orgullosos de ti, Paula —entonó éste.


—Gracias por esto a todos; de verdad que ha sido una experiencia alucinante.


—Por aquí todos nos sentimos muy felices de que lo hayas disfrutado — sonó la voz de Pablo por los auriculares. Una pausa—. Excelentes vueltas, campeón.


Entramos en la calle de boxes propiamente dicha y entonces vi a todo el equipo y a los periodistas esperándonos.


—Gracias por esta experiencia, Pedro. De verdad que ha sido increíble. — Me estiré todo lo que pude para intentar llegar con mi mano a él; Pedro alzó la suya hacia atrás y las puntas de nuestros dedos enfundados en guantes se rozaron.


—Gracias por regalarme este momento, petitona. Quién me hubiese dicho que un día llevaría a mi futura esposa en un biplaza de la categoría.


—Pues yo jamás soñé con enamorarme de un cinco veces campeón del mundo de la Fórmula Uno. Te amo, Pedro.


—No más de lo que yo te amo a ti, petitona.


—Ahh... pero qué tiernos —canturreó Toto, burlándose de nosotros; en respuesta, Pedro lo insultó en alemán en tono jocoso. Éste estaba exultante de felicidad y qué más podía pedir yo que verlo así de dichoso.


Los objetivos y los flashes nos rodearon por completo cuando Pedro detuvo el automóvil. No entraron el vehículo hacia atrás como solían hacer durante las pruebas libres, sino que lo dejaron delante de la entrada del box, imaginé que para que, allí mismo, nos sacaran algunas fotografías y nos entrevistaran.



No hay comentarios:

Publicar un comentario