martes, 7 de mayo de 2019

CAPITULO 160




Un ejército formado por gente del equipo llegó para asistirnos. Lo agradecí porque, por mi cuenta, jamás hubiese sabido cómo salir de allí dentro, si es que no tenía ni la menor idea de cómo soltar los cinturones de seguridad, pese a que me habían explicado cómo hacerlo (lo cual no era muy seguro y responsable por mi parte).


Pedro salió del interior del habitáculo antes que yo y, después de que liberasen mi cuerpo, fue él quien me tendió una mano para ayudarme a salir.


La adrenalina en mí era tanta que, al poner los pies fuera del biplaza, sentí que debía correr y saltar pese a que las rodillas me temblaban. Pedro tenía su casco todavía puesto, y yo también; lo miré a los ojos y liberé el gran abrazo que quería darle, saltando sobre él para colgarme de su cuello.


No quedó fotógrafo que no aprovecharse para registrar el momento; sin embargo, eso no me importó lo más mínimo; no pensaba guardarme todo lo que sentía.


Después de mantenerme apretada contra su cuerpo riendo de felicidad, por lo que sentí su cuerpo temblar de la manera más agradable contra el mío, Pedro me bajó al suelo.


Fotos, flashes y más fotos mientras me ayudaban a quitarme el HANS y el casco, y luego comenzó el circo: los encargados de relaciones públicas del equipo nos acompañaron hacia el vallado para que nos entrevistaran.


Las preguntas fueron diplomáticas y acotadas a las vueltas que habíamos dado en el circuito, a toda la experiencia. Lo más atrevido que nos preguntaron fue dirigido a Pedro; un periodista compatriota suyo le planteó cómo se había sentido al llevar a su prometida en el asiento trasero.


—Increíble —fue su respuesta.


Y entonces nos movieron para plantarnos frente a ella.


Sus ojos se lanzaron directos a mí, cargados de una mirada asesina que por poco me hace retroceder. Resistí y, de la mano de Pedro, nos acomodamos frente a Mónica. Su mirada pasó del odio a la adoración cuando dirigió el rostro hacia Pedro. Sonrió al campeón y fue imposible no notar el amor en sus gestos, si bien hubiese preferido no verlo. Por un instante pensé en lo angustiante que debía de ser estar en su posición. Me dije que, si Pedro rompiese conmigo, no tendría la fuerza o la valentía suficientes como para enfrentarme a él y a su prometida, por más que se tratase de una obligación laboral. Me imaginé a mí misma con el corazón partido por él, por saber que él no sentía lo mismo que en ese momento sentía por mí.


Me dio lástima, pero, acto seguido, cuando Mónica lo saludo y él le devolvió el saludo con una inmensa sonrisa y ojos cálidos, me atacaron los celos. En el modo en que la miraba Pedro no había amor romántico, pero sí los restos de años de compañía, lucha y logros juntos. Ellos dos se conocían muy bien y habían sido compañeros mucho tiempo, demasiado, y por más que me amase, nada podía mandar al olvido lo que habían vivido juntos. Entendía que era infantil desear que él no pensase en ella con cariño, respeto y reviviendo todos los esfuerzos y sacrificios compartidos; sin embargo, me molestaba porque, en un parpadeo, comencé a sentirme invisible. La mano de Pedro continuaba sobre la mía, pero su atención estaba completamente centrada en ella.


Mónica le había preguntado algo, no tenía ni idea de qué, y él le contestaba con entusiasmo y soltura, del mismo modo en el que se habían hablado siempre, como si nada hubiese sucedido.


Intenté mantener la sonrisa de un momento atrás y no lo conseguí; mis mejillas se aflojaron y percibí que se escurrían hacia abajo por mi rostro, por miedo e inseguridad.


Allí estaba Mónica, la de siempre, esbelta, con la melena al viento e impecablemente vestida, maquillada y con sus uñas cuidadas. Yo continuaba enarbolando la misma simplicidad de siempre, con las uñas sin esmalte, apenas un poco de máscara de pestañas y ese cabello tan corto que ni siquiera necesitaba peinar.


Pedro le contestó algo que no llegué a escuchar y entonces Mónica movió su micrófono en mi dirección. El objetivo de la cámara siguió el movimiento de su mano hacia mí.


—De modo que eres muy valiente.


Percibí el sarcasmo en su voz. Imaginé que a los televidentes tampoco les habría pasado por alto la animosidad en el modo en el que se dirigió a mí.


Pedro intentó mantener la sonrisa al girarse en mi dirección.


—¿Qué has sentido al correr por el circuito con el campeón?


El campeón, no mi prometido; su elección de palabras no debió de ser al azar.


—La experiencia ha resultado increíble; la velocidad, el automóvil y el circuito ya de por sí son algo impresionante, y saber que tu novio va al volante lo hace todavía más emocionante.


Del rostro de Mónica se esfumó la sonrisa con la que me hacía frente.


—Los dos lo hemos disfrutado mucho —añadí. 


Era un duelo de miradas.


—Sí, ha sido fantástico. Estoy agradecido de haber tenido la oportunidad de compartir esto con Paula. Los dos le damos las gracias al equipo por habernos brindado la oportunidad de disfrutar estas vueltas, que han sido apasionantes.


—Entonces... —Mónica movió el micrófono otra vez en mi dirección—. ¿Te han dado permiso para salir de la cocina para este evento o ya no trabajas para el equipo? ¿Tus servicios ya no son requeridos por Bravío?


Pedro por poco se le desmiembra toda la columna por girarse a mirarla con furia en los ojos, la misma con que entonó su nombre.


—Mónica, toda la escudería adora a Paula... dudo de que alguien en su sano juicio crea que puede prescindir de sus habilidades y, sobre todo, de su presencia. Desde el director de equipo hasta los mecánicos, Paula ha sabido
ganarse el corazón de todos con gestos amables, con buen humor y brindándoles su amistad; por eso, cuando se habló de traer el biplaza para este evento, su nombre surgió de los labios de casi todos en Bravío. No se trata de que le hayan dado permiso para abandonar por un día su trabajo, en el que es realmente buena y por el que todos en el equipo la respetan, sino que se trata de un gesto de cariño, porque todos consideraban que se lo merecía. Ojalá pudieses comprender la diferencia.


Pedro me apretó todavía más contra su cuerpo y depositó un dulce beso sobre mi frente, sonriendo otra vez.


—Y sí —comenzó a añadir—, Paula es valerosa, fuerte, decidida, amable, divertida y espontánea, por eso no se ha privado de disfrutar la experiencia gritando de emoción. Han sido las mejores vueltas de mi vida en un Fórmula Uno. Creo que nunca me había sentido tan bien al volante, tan feliz o tan libre.


Muchos reporteros rieron, extendiendo sus micrófonos hacia mí.


—¿Planeas hacer carrera como piloto en alguna categoría?


—¿Hasta cuándo te quedarás en Bravío?


—¿Cómo es tu relación con el equipo?


—¿Algún otro equipo te ha ofrecido trabajo?


—¿Cuándo contraeréis matrimonio?


Las preguntas comenzaron a caer sobre nosotros por docenas. La rueda de prensa había perdido el orden y la gente de relaciones públicas y publicidad no conseguía reconducir la situación, porque los periodistas estaban muy sonrientes y animados después de las declaraciones del campeón.


Mónica fue literalmente tragada por sus compañeros de profesión, por lo que no pudo preguntarnos nada más o, mejor dicho, fastidiarnos más, y, además, en su rostro vi que no le quedaban ganas de decir ni media palabra.


—¿Volveréis a repetir la experiencia? —soltó alguien en un inglés con un acento muy italiano.


—¡Ojalá! —soltamos Pedro y yo a coro.


Mónica desapareció, entonces sí, llevándose a su cámara consigo. El resto de las preguntas de los periodistas fueron diplomáticas; alguno que otro intentó infiltrar cuestiones algo más personales, pero Pedro, que tenía sobrada experiencia en eso, lo manejó con mucha maña. Con el correr de los minutos pude relajarme y, al final, terminamos los dos hablando de la experiencia frente a las cámaras como si estuviésemos conversando con amigos, como si compartiésemos con ellos esa vivencia que ninguno de los dos olvidaría jamás.





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