miércoles, 20 de marzo de 2019

CAPITULO 24




El motor del automóvil de Haruki llenó el espacio del box. Le quitaron las fundas a los neumáticos y el japonés salió a la calle de boxes acelerando.


Adoré el chillido agudo del motor del Bravío.


Helena lo despidió con los dos pulgares en alto.


Por el espacio restante entre Haruki y su vehículo, cruzaron varios mecánicos.


El bólido de Pedro, que hasta entonces había ronroneado bajito, enmudeció y entonces el box quedó en una calma relativa; vi que un par de hombres se acercaban a él.


—Hola, Érica —la saludó la chica en cuanto la vio.


—Hola, Helena. Aquí tienes. —Le tendió la bolsa.


—Gracias. ¿Cómo va todo?


—Bien, ya sabes cómo es, ahora ya un poco más organizados. Locuras de la primera carrera.


En cuanto terminó la frase, la piloto me miró.


—Helena, te presento a Paula. Trabaja con nosotros este fin de semana.


La joven me tendió una mano.


—Hola, es un placer. ¿Eres piloto? ¿Otra mujer en el equipo? —soltó con una sonrisa—. No sabía nada.


Su acento no podía ser más australiano, igual que su naturalidad y afabilidad. Le sonreí, ¡¿piloto yo?! No era mala conduciendo; sin embargo, estaba lejos de las pistas, muy lejos, y más todavía de esa categoría, que se autoproclamaba poseedora de los mejores pilotos del mundo del motor.


—No, no, nada de eso —me carcajeé—. Soy chef, en realidad soy pastelera. Estoy ayudando en la cocina durante este gran premio.


—¡Ah, con Suri! Todavía no he tenido tiempo de pasar a saludarlo. He comido lo que ha preparado hoy para el almuerzo; tenía un par de entrevistas y no me ha dado tiempo a nada. Exquisita la tarta de chocolate.


—Sí, yo también la he probado —acotó Érica—. Suri me dijo que la habías preparado tú —añadió mirándome.


—Sí, así es. Me alegra que os gustara.


—Dime que te quedarás el resto de la temporada. ¡Dios, aunque tendré que doblar las horas de gimnasio! —gimoteó Helena, y Érica se rio.


—No, tranquila, es sólo por este fin de semana. Regreso a mi casa en unos días.


—¿Dónde es eso?


—Argentina, Buenos Aires. Tú eres de aquí, ¿no es así?


—Sí, soy de Adelaida. ¿Tanto se me nota? —Rio—. Como sea, es bueno tener más mujeres en el equipo, Paula. ¿Ya te han presentado a todos los demás?


Con el mentón indicó hacia delante; seguí la dirección que me señalaba para dar con Pedro.


Hice una mueca que en realidad se me escapó; los músculos de mi rostro se pusieron en mi contra, delatándome.


—Érica, ¿tienes un segundo? —intervino un hombre que se nos acercó.


—Sí, claro. En seguida regreso, Paula. Espérame aquí.


—Sí, desde luego.


Érica nos dejó solas. Helena, con una palmada, me invitó a acompañarla a sentarnos sobre la encimera.


—Entonces, ¿ya has conocido al campeón?


Me aclaré la garganta.


—Sí, efectivamente.


Helena apretó los labios y alzó las cejas en otra mueca tan reveladora como seguro que debió de ser la mía.


—Es, sin duda, uno de los mejores pilotos de la categoría reina.


Miré a Pedro y por el rabillo del ojo vi que los ojos de Harper seguían la misma dirección que los míos.


—Érica dice que tú también eres muy buena piloto.


—Trabajo en eso.


—Tienes excelentes compañeros de equipo de los que aprender.


—Sí, bueno... Pedro no es muy de compartir experiencias, pero de vez en cuando tengo oportunidad de oírlo hablar con sus ingenieros, sobre todo con Otto, que es su ingeniero de pista, y de eso aprendo. Con Haruki es otra
historia, porque él y yo fuimos pilotos de pruebas hasta el año pasado. Fue una lástima de Kevin se fuera, él también daba muy buen rollo. Haruki y yo siempre hablábamos con él durante las competiciones, pues no tenía problemas en explicarnos todo lo que hacía o dejaba de hacer. ¿Conoces a Kevin?


—No, justo hace unos minutos que Érica me ha hablado de él. No lo conozco, hasta ahora no había tenido oportunidad de salir de la cocina. Sólo he conocido a Martin da Silva.


Helena sonrió.


—Ah, bueno, él también es como de la familia. Con Martin nos llevamos genial, y además es muy buen amigo de Kevin. En realidad, Martin es muy amigo de Pedro, pero, cuando nosotros salimos, Pedro no viene. A ver si el domingo, después de la carrera, podemos salir a tomar unas cervezas todos juntos, ya lo estamos organizando, para celebrar el arranque de la temporada, como solíamos hacer. Ahora el grupo está un poco desmembrado; de cualquier modo, Martin, Kevin y yo seguro que iremos, sea cual sea el resultado del gran premio. Bueno, en realidad suponemos que ganará Pedro, así que yo deberé ir con Haruki a la celebración del equipo, pero después de eso... ¿Qué dices, te apuntas? Haruki es un poco tímido, pero simpático.


—Sí, ya lo he conocido. Es muy educado.


—Sí. Como todos los japoneses —me guiñó un ojo—, después de un par de cervezas, comienza a reírse de cualquier cosa y es muy divertido. ¿Qué me dices, vendrás?


—Bueno, supongo que podré.


—¡Genial! —Helena alzó una mano para que chocase mis cinco contra los de ella y eso hice—. Ojalá siguieras con nosotros el resto de la temporada.


Nos quedamos en silencio. Cuando aparté la vista de ella y la dirigí hacia delante, noté que el casco de Pedro estaba completamente girado en nuestra dirección. ¿Nos miraba?


Para comprobarlo, lo saludé con la mano.


Pedro giró el casco de golpe.


Helena rio.


—El campeón —murmuró.


El motor de Pedro bramó furioso. Quitaron las coberturas de sus neumáticos. El motor aceleró otra vez, en esta ocasión para hacer girar despacio los neumáticos hacia la calle de boxes. En cuanto las cuatro ruedas estuvieron sobre el asfalto, Pedro dio una acelerada tal que sus neumáticos chirriaron, soltando volutas de humo blanco. El Bravío soltó un grito agudo y se perdió hacia la salida de la calle de boxes.


—Llegó la hora de ver al niño de oro de la categoría dar una clase de conducción.


Y eso mismo fue lo que hizo Pedro, después de dar una primera vuelta de reconocimiento.


Todos los otros automóviles de la categoría ya habían dado un par de vueltas, marcando tiempos que Pedro, a partir de su segunda vuelta, comenzó a destrozar a dentelladas de su Bravío, arriesgando hasta en los pianos, cortando las chicanas y pisando a fondo por la parte interior de la recta principal del circuito.


Haruki entró después de tres vueltas. Pedro se quedó allí fuera dando una clase magistral de velocidad que dejó a todos boquiabiertos, incluida Helena.


Pedro entró y, sin bajarse de su monoplaza, los mecánicos volvieron a trabajar en éste mientras él bebía de una botellita que alguien le pasó.


Érica regresó y entonces fue hora de volver a la cocina.


Quedé con Helena en que nos veríamos más tarde para charlar otro poco y para concretar lo del domingo después de la carrera.


Las pruebas terminaron y la noche llegó, y yo me declaré completamente ensordecida y loca por ese circo.


Llegué al apartamento y, después de contarle toda mi experiencia a Lorena, me fui a acostar. No me iba a ser tan sencillo conciliar el sueño, pues estaba alterada, feliz, exultante, contaminada de velocidad y vértigo, y no veía la hora de volver a vestir mi camisa de Bravío. Pedro y Haruki habían marcado los mejores tiempos y, si bien todos los equipos tenían una prueba libre más al día siguiente, todos apostaban a que Pedro se alzaría con la pole position más tarde y que Haruki se reservaría para sí el segundo lugar en la parrilla de salida.




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