miércoles, 20 de marzo de 2019
CAPITULO 27
Les di los buenos días a los chicos de seguridad que estaban en la puerta con cara de dormidos, semejante a la que debía de tener yo. El sol todavía era un simple reflejo de claridad en el horizonte, como una bruma que se deslizaba suavemente sobre el cielo, de un azul celeste similar al de los ojos de Pedro.
Intercambié con ellos un par de palabras y entré al recinto pegándole un nuevo sorbo a mi café. Lorena podía entrar a trabajar un par de horas más tarde que yo y no había querido despertarla, de modo que, de camino, pasé por una cafetería y me hice con un vaso bien caliente; más tarde comería algo con Suri.
A mi alrededor se desplegaba toda la parafernalia que dudaba de que tuviese oportunidad de vivir de ese modo otra vez en mi vida; sí, quizá, si tenía suerte, pudiese asistir a otra carrera, pero no del mismo modo, no como parte integrante del equipo cuya camisa llevaba ya puesta.
Me entró un ataque tal de melancolía que me dieron ganas de llorar. Quería regresar a casa, quería quedarme allí, quería ver a Tobías y abrazar a mi madre, quería volver a ver clasificarse a Pedro y me daba muchísima pena no tener por delante más que un par de horas que compartir con Suri en su cocina.
Esa noche terminaría medio borracha seguro.
Pensar en esa velada me alegró un poco. Con Kevin todavía no había tenido oportunidad de cruzar ni una palabra, pero saber que el resto del grupo me había aceptado con sencillez y sin objeciones hacía que se me encogiese el corazón.
«Saldré a beber cervezas con pilotos de la máxima categoría del automovilismo», me dije mentalmente, y eso me hizo sonreír.
Esa sonrisa me duró hasta que doblé por la calle que formaban los camiones del equipo y lo vi.
Pedro estaba en el exterior de su autocaravana, sentado en la escalinata, con una taza con el nombre del equipo en la mano; la brisa sacudía la etiqueta de la marca de té que bebía.
Llevaba una chaqueta de Bravío, unos pantalones grises de deporte y calcetines blancos, sin calzado. Su cara de dormido era una más para la colección.
¿Qué hacía allí a esa hora y vestido así?
Despeinado como estaba, parecía recién levantado de dormir. Ninguno de los otros días había llegado tan temprano, ¿sería por ser día de carrera? Quizá lo hiciese siempre.
Estaba pensando en retroceder sobre mis pasos y dar un rodeo para no tener que enfrentarme a él, cuando Pedro, después de soplar sobre la superficie de su infusión, alzó la cabeza y me vio. No me quedó escapatoria, porque su mirada llegó a la mía.
Solté un gruñido que él no pudo oír.
Intentando disimular el hecho de que había detenido mis pasos en mitad de la nada, reanudé mi camino.
Le daría los buenos días y listo. El caso es que yo tenía mucho que hacer y suponía que él también.
Alcé mi vaso de plástico en su dirección.
—Buenos días.
—Buenos días —me contestó con voz áspera, encogiéndose dentro de su chaqueta—. Llegas temprano.
—Y tú —le dije pretendiendo seguir adelante.
Mis intenciones se vieron frustradas.
—No, en realidad no —soltó, y tuve que detenerme porque no podía dejarlo hablando solo.
«Ok», entoné dentro de mi cabeza inspirando hondo. No tenía ni idea de a qué venían esas ganas suyas de entablar conversación.
—He pasado la noche aquí, así que la aplicada eres tú, por llegar antes que nadie. Suri todavía no lo ha hecho. He ido a la cocina hace un momento, todavía no está allí.
—Bueno, puede que esté en los vestuarios, cambiándose; yo he venido vestida de casa para ahorrar tiempo. Si necesitas que te prepare algo... puedo hacerlo, si quieres. Suri tiene tu menú, con los ingredientes anotados por peso y todas sus especificaciones, junto al pizarrón que tenemos en la cocina. Creo estar medianamente capacitada para seguir sus pautas —articulé, intentando defender a Suri por no haber llegado aún, pese a que allí casi no había nadie, y defendiéndome a mí misma con un ataque hacia su persona, por si decidía atacarme a mí también.
—No, está bien. No hay prisa. Ya me he comido una fruta y un par de galletas que tenía aquí.
—Ah, bien, me alegro. Nos vemos luego. —Intenté marcharme, pero otra vez no me lo permitió.
—Así que has venido vestida así desde casa.
—Bueno, sí; técnicamente no es mi casa, pero... —carraspeé—, para ganar tiempo... Oye, no tengo problema en prepararte lo que sea, de verdad que soy capaz de hacerlo.
—¿Te gusta trabajar aquí? Con el equipo, digo.
—Sí, me encanta. Me llevo muy bien con Suri y la verdad es que... —Me entusiasmé—. Esto es increíble. Ayer, cuando vi la clasificación... —me interrumpí, sintiendo que mi pecho se llenaba de la emoción del día anterior.
—Sí; te vi en los boxes conversando con Helena.
—Ah, sí, claro. Bueno, ella es muy amable. Todos en el equipo lo son. Ojalá hubiese tenido tiempo para conocerlos un poco mejor, pero la cocina es un tanto esclava. —Le sonreí—. En fin, ha sido una experiencia fantástica.
—¿Qué te pareció la clasificación de ayer?
¿En qué sentido me lo preguntaba? No sabía qué contestar. ¿Acaso esperaba que lo felicitara?, ¿que le dijera que Haruki debió quedarse con el segundo puesto?
Pedro se quedó observándome.
—Felicidades por tu pole —escupí sin saber qué otra cosa decir.
—Sí, gracias —amagó una sonrisa—. Pero te he preguntado qué te pareció.
—¿Te refieres al resultado, a todo el evento...?
Ahora sí sonrió por completo.
No podía tener una sonrisa más bonita.
—Fue increíble —lancé por fin—. Vivirlo desde dentro es muy distinto a verlo por televisión. Más todavía si llevas la camisa del equipo puesta. De cualquier modo, también fue alucinante ver a Martin en la pista... y tu vuelta, la de la pole position... bueno, fue... No sé ni cómo describirlo.
—Martin es un excelente piloto.
—Sí, es una pena que vaya a retirarse.
Pedro se puso serio.
—Bien —más incómoda no podía hacerme sentir con su mirada—. Tengo que irme. Mucha suerte para la carrera.
—También le desearás suerte a Martin. —Enunció el nombre del brasileño de un modo un tanto... bien, no llegó a ser despectivo, pero tampoco lo nombró con felicidad.
—Mejor me voy.
—¿Crees que ganaré hoy?
—Oye, de verdad que tengo que empezar con el trabajo en la cocina.
—Si Suri todavía no ha llegado, ¿cuál es la prisa? Contesta.
Me envaré.
—No tengo obligación.
—¿No me gustará tu respuesta, por eso no quieres dármela?
—No te debo una respuesta, y menos si me la exiges.
Pedro se puso de pie sobre el escalón después de dejar la taza en el peldaño superior.
Imaginé que no llegaría a terminar mi fin de semana con el equipo Bravío.
El campeón, al final, demostraría las ganas que tenía de borrarme de un plumazo.
—Te la exijo porque no quieres dármela. —Bajó los peldaños y echó a andar en mi dirección sobre la tierra todavía húmeda por el rocío de la mañana.
—¿Qué haces? —le dije apuntando a sus pies descalzos.
—¿Te preocupa que ensucie mis calcetines?
—Mira, acabemos con esto. Empezamos con el pie izquierdo, pero hoy ya acaba todo.
—Esto no se acaba hasta que yo lo digo.
¿Apostarías por mí hoy?
—No me van las apuestas.
—A ver. —Se cruzó de brazos, enfrentándome. Ladeó la cabeza—. ¿Podrías contestar con un simple sí o no?
—Sí, la respuesta es sí: apostaría por ti hoy.
—¿Por qué sabes que ganaré? —añadió con suficiencia.
—Es probable que ganes, pero, sin duda, Martin te lo pondrá difícil y eso me alegra. Es bueno que alguien te haga frente; me parece que estás demasiado mal acostumbrado a que todo el mundo te diga que sí a todo, a tenerlo todo dispuesto al alcance de la mano. ¿Sabes por qué apostaría por ti? Por dinero, pura y exclusivamente, porque recuperaría lo apostado y ganaría más; no porque crea que debas ganar. Perder una puta vez te haría bien para bajarte
esos humos que tienes. Y perdona mi sinceridad, pero la verdad es que no me caes nada bien. Eres un piloto increíble, pero, por lo poco que conozco de ti, no encajas en los esquemas que yo tengo como modelo de seres humanos que quisiera tener a mi alrededor. Ahora, si me disculpas, debo ir a trabajar. O no, quizá le pidas a Érica que me despida. Supongo que tienes ganas de hacerlo desde la primera vez que me viste. En fin, como quizá sea ésta la última vez que nos veamos... —me interrumpí al verlo sonreí—. ¿Qué es lo que te hace tanta gracia?
—Nada. —Rio bajito—. Mejor no apuestes, podrías perder tu dinero, porque tienes razón: Martin es un piloto excelente y es una pena que se retire este año. Muchos lo echarán de menos, es una parte importante de todo esto. — Pedro retrocedió sobre sus pasos, de espalda—. Que tengas un buen día.
«¿Qué tenga un buen día?»
No pude contestarle. Primero, porque mi cerebro estaba atascado... ¿acaso ese hombre era bipolar?; segundo, porque no hubo tiempo, ya que se dio media vuelta y regresó a su autocaravana para entrar en ésta tras recoger su taza de té de la escalera.
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