martes, 26 de marzo de 2019

CAPITULO 46




La cámara tomó un primer plano de Mónica, la novia de Pedro, con los puños apretados frente a su muy bien proporcionado rostro, con la vista fija en el monitor. Por detrás de su perfil se veía el tenso rostro del padre de PedroAlberto, a quien yo conocía más a través de las imágenes de televisión que por habérmelo cruzado. Junto a él, David, su representante, con quien también tenía escasa relación. Yo para ellos era del tipo de gente invisible que no tiene mucho que ver con sus existencias, de esas miles de personas con las que se cruzaban en cada circuito. A Suri lo conocían, sabían su nombre porque lo tenían muy presente por ser quien se encargaba de los alimentos de Pedro, pero a mí ni siquiera me veían. En condiciones normales, eso no me hubiese perturbado demasiado. Sí me molestaban los malos modos que ocasionalmente se les escapaban al pedirme tal o cual cosa; lo que más me dolía era la indiferencia, porque veía la forma en que ellos y Mónica conformaban ese grupo compacto que rodeaba a Pedro a donde quiera que fuese y yo, por muy estúpido que me pareciera, pese a esa horrorosa manera que tenía de relacionarme poco o nada con Pedro, quería formar parte de dicho grupo.


La transmisión volvió a centrarse en lo que sucedía en la pista; faltaban sólo cinco vueltas para que cayese la bandera a cuadros y, tras clasificarse tercero, Martin, no con poco esfuerzo, había conseguido pasar a Haruki para
colarse en el segundo lugar después de calzar sus neumáticos de recambio en su último pit stop diez vueltas atrás. Desde entonces, el brasileño no hacía más que acortar la diferencia entre Pedro y él, vuelta tras vuelta, hasta llegar donde se encontraba ahora, pegado a la cola del monoplaza de Pedro, invadiendo sus espejos retrovisores, pegándose a él en la succión, manteniendo en vilo al público que abarrotaba las gradas del circuito.


Suri no paraba de morderse las uñas a mi lado. 


No decía nada, pero de tanto en tanto, cada vez que Martin le mostraba que su motor todavía tenía potencia para pasarlo, asomándose en las curvas, pisando a fondo en cada recta, soltaba gemidos de sufrimiento.


Pedro estaba haciéndolo bien; Martin, también.


Cuando las cámaras mostraron lo que sucedía en el box del equipo Asa, comprendí que a ellos esa circunstancia les provocaba pura felicidad y entusiasmo; incluso si Martin no lograba sobrepasar a Pedro, debían sentir que, si no era en esa carrera, sería en la próxima, pues definitivamente habían conseguido lo que se necesitaba para hacerle frente a Bravío en la lucha por el campeonato. La pantalla quedó dividida en dos: nuestros mecánicos, con cara de preocupación, tensos sobre las sillas plegables, unos cruzados de brazos, otro aferrados a sus asientos, todos con la vista alzada hacia el monitor; los mecánicos de Martin, sonrientes, expectantes, vitoreando cada uno de los intentos del brasileño por colarse por uno u otro lado de los flancos del automóvil de Pedro.


—No creo poder seguir mirando —musitó Suri—. Mi corazón no lo resistirá.


Levanté un brazo y le palmeé la espalda; estábamos los dos sentados sobre unas banquetas altas, en mitad de la cocina, mirando la carrera desde allí, encerrados; los sonidos que procedían del televisor se mezclaban con los que entraban por la puerta abierta.


Los relojes marcaban que Haruki comenzaba a recuperar terreno en relación con Martin, pero de todas maneras no lograría superarlo: faltaban
sólo tres vueltas y, por más que continuase así, no podría alcanzar al brasileño, y mucho menos sobrepasarlo.


Bajé la vista por un momento para coger mi taza de té verde de la encimera y, cuando la levanté de nuevo, vi lo que supuse que, hasta ese instante, todos creían imposible.


Suri emitió un gemido lastimero y largo, que duró mientras la maniobra de Martin demostraba una de las razones por las cuales el carioca había sido dos veces campeón mundial.


Martin aceleró a fondo después de la recta principal y se tiró hacia el lado interno de la pista para atacar aquella primera cerrada curva de un modo temerario y preciso. Los dos monoplazas quedaron a la par. La pantalla se dividió otra vez en dos para mostrar lo que captaban las cámaras instaladas a bordo de ambos automóviles. Quedaron morro con morro. 


Aquello no duró más que una milésima de segundo, pues por la cámara del bólido de Pedro se vio el coche de Martin adelantarse cada vez más... hasta que lo rebasó. La transmisión dejó la señal de una sola de las cámaras a bordo, la de Martin, y, de hecho, también emitieron el audio de la conversación que éste mantenía con su equipo. Mi amigo gritaba de felicidad.


Nuestro monitor se llenó con una imagen aérea del nuevo líder de la carrera: Martin, quien, con el correr de los segundos, se despegó más y más de Pedro.


En nuestro box, los mecánicos se agarraban la cabeza y rezongaban.


Mostraron a Mónica con los ojos abiertos de par en par, pasmada por lo que sucedía.


En el rostro del padre de Pedro sólo cabía un gran enojo.


David negaba con la cabeza.


En el box de Martin todos lo celebraban.


No supe si sonreír por Martin o preocuparme por Pedro. Dentro de mí sucedían las dos cosas al unísono.


Por el rabillo del ojo, vi que Suri se agarraba la cara.


Última vuelta.


Martin iba a ganar, a menos que su motor estallase por los aires. Si el mundo no llegaba a su fin por culpa de un meteorito que nos aplastara a todos, el brasileño iba a ganar la carrera.


Vi al director del circuito de China acomodarse contra la pared de boxes con la bandera a cuadros ya lista para recibir al ganador.


Las cámaras siguieron a Martin durante su última vuelta, enseñando así la diferencia que, en cuestión de pocos kilómetros, le había sacado de ventaja a Pedro.


Mi felicidad por Martin creció y mi amargura por Pedro formó un pozo oscuro dentro de mi abdomen. Rogué para que la victoria de Martin no derivase en otras consecuencias aparte de las que tenía la suma de puntos para el campeonato; es decir, que no influyese en la vida fuera del trazado. Imaginé que, si Martin quería tanto a PedroPedro debía de sentir lo mismo por él, y por tanto ambos debían de tener muy claro que lo que sucediese dentro de la pista...


Martin pasó por delante de la bandera a cuadros chillando y riendo, con un puño en alto, pasando muy cerca del muro para felicitar a sus mecánicos, quienes habían salido corriendo hacia allí con los puños en alto para recibirlo con toda la ilusión que implicaba el haberle hecho frente al equipo más fuerte de la categoría y a su campeón. Es que, además, aquello no quedaba en Martin; Fabien, el francés compañero de equipo del brasileño, llegó en cuarto lugar, justo por detrás de Haruki.


El audio del equipo Asa vibró en mis oídos. En inglés, felicitaban al brasileño por la victoria. 


Martin se lo agradeció y los felicitó por el trabajo bien hecho. Estaba exultante; tanto era así que la mitad de lo que soltó le salió en portugués y la otra mitad, en inglés.


No pude evitar sonreír ante su alegría.


A mi lado, Suri tenía cara de velorio.



2 comentarios:

  1. Bien hecho que perdió Pedro x tratarla mal a Pau.

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  2. Creo que le va a venir bien esta derrota para que se le bajen un poco los humos....

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