miércoles, 27 de marzo de 2019

CAPITULO 47




Martin continuó festejando su victoria por el resto del trazado. Entró por la calle de boxes y fue directo hacia la zona de pesaje. Allí lo esperaba su equipo.


De la euforia, Martin parecía no acertar a desconectar los artefactos que lo mantenían dentro del habitáculo. Noté que sus manos no sabían qué hacer; temblaban ligeramente.


Al final tironeó de todo y arrancó el volante para salir despatarrado de su vehículo.


Dio un salto de felicidad, sacudiendo los puños. 


Más que haber ganado una carrera, parecía haber ganado el campeonato.


Con casco y todo, y habiendo dejado suelto el volante sobre el chasis de su monoplaza, se lanzó hacia sus mecánicos, quienes lo recibieron por detrás de las vallas con abrazos y golpes cariñosos en el casco y la espalda. Su equipo lo rodeó cuando Martin trepó para quedar más cerca de ellos. Casi lo perdí de vista entre la marea humana.


Al que no perdí de vista fue a Pedro, quien, muy despacio, soltó el volante de su sitio, desprendió las protecciones de los costados y se desencajó del interior del automóvil. Haruki se detuvo junto a él para comenzar el mismo proceso.


El realizador de televisión no debería de saber a quién mostrar, si al gran ganador o al perdedor, quien, por lo visto, se sentía más bien como «el gran perdedor» en ese momento.


Otto llegó junto a Pedro mientras éste, sin quitarse el casco, volvía a colocar el volante en su sitio tal cual indicaba el reglamento. El ingeniero de pista puso una mano sobre el hombro de su piloto. Con angustia, vi cómo Pedro se lo quitaba de encima de un único y brusco movimiento. Toto retrocedió.


La cámara captó de lejos a Martin despedirse de su equipo para ir al pesaje y, de allí, al podio, mientras se sacaba el casco. Pedro comenzó a hacer eso último también, para descubrir una cara muy similar a la que tenía la última vez que estuvimos frente a frente.


Tenía el rostro rojo, ya fuese de calor o de furia, o por una combinación de ambas cosas.


Martin también estaba acalorado; su largo cabello castaño caía a los lados de su cabeza, de su bronceado rostro. Sonreía con ganas. Vi que caminaba en dirección a Pedro, quien enfilaba hacia el interior del edificio en el que debía llevarse a cabo el pesaje, mientras Haruki iba a saludar a sus mecánicos.


Me pregunté si Martin sabría lo que hacía al aproximarse al campeón en un momento así; no quería ver a Pedro en una actitud similar a la que acababa de tener con Otto; no quería que, de modo alguno, le amargase la victoria a Martin. Por una vez podía aceptar perder; sólo por una vez, sin montar una escena, sin sentir que se acababa su mundo, sin hacer un berrinche porque las cosas no habían salido como él quería.


Habría jurado que Pedro intentó acelerar el paso al notar que Martin se aproximaba a él; estaba procurando escaparse de su amigo y contrincante.


Justo cuando comenzaban a internarse, al abrigo de la sombra, en la entrada a pesajes, Martin lo agarró por un hombro. La cámara del exterior los perdió de vista, pero la que iba sobre el steadycam los atrapó de inmediato en su objetivo.


Pedro continuaba con su mala cara, caminando a tirones mientras Martin lo sostenía por un hombro, medio reteniéndolo a la fuerza a su lado; éste le susurraba algo al oído.


Me dio la impresión de que Pedro estaba a punto de llorar debido a la rabia, y Martin ya no sonreía.


El realizador les dio algo de intimidad justo después de que uno de los pilotos llegase a Martin para felicitarlo, y luego otro, y entonces al brasileño no le quedó más remedio que soltar a Pedro.


Ninguno de los otros pilotos felicitó a Pedro por su segundo puesto, así como jamás lo felicitaban cuando ganaba.


Las imágenes regresaron al exterior.


Mónica tenía una mala cara solamente equiparable a la de su novio.


Volvieron a televisar el momento en el que Martin pasó la meta.


—En Rusia nos irá mejor. A Pedro le gusta mucho ese circuito.


—Sí, seguro —entoné mientras me ponía de pie para lavar mi taza de té ya vacía. Dejé la taza escurriéndose a un lado y me topé con la imagen de los tres del podio en la salita que antecedía la salida al público otra vez. Los tres pilotos intentaban refrescarse. Martin, sonriente, conversaba con Haruki mientras bebían agua. Pedro estaba a un lado, con la cabeza baja, acomodando la visera de su gorra de segundo lugar.


Me entraron ganas de ir hasta allí para darle una sacudida; de verdad que no podía ponerse así por llegar en segundo lugar en una carrera. Sabía muy bien que allí cada punto valía oro, pero... ¡por Dios, que se lo tomase con un poco más de entereza! Sí, sentía pena por él, pero no tenía sentido. Lucharía en Rusia, lucharía y demostraría todo lo que tenía que demostrar fuera de la pista, no así, dándole la espalda a su mejor amigo, al único piloto allí que no sólo soportaba su presencia y sus aires de campeón, sino que lo quería y lo protegía como un hermano mayor. Otra vez me dieron ganas de ir a propinarle un buen bofetón para que se le acomodasen las ideas.


No sé si el champagne con el que festejaron sus posiciones en el podio estaba frío, lo que sí estuvo helado fue el comportamiento de Pedro con respecto a Martin. Sí, le tiró líquido de su botella quizá unos cinco segundos, y después se acercó al borde de la terraza para lanzar, sin ganas, un poco del espumoso sobre los mecánicos y el resto del público; allí acabó todo para él.


Bebió un sorbo de champagne y bajó la botella; hizo amago de retirarse cuando, entonces, Martin tocó su hombro y le señaló el podio.


Para el final del festejo, el brasileño se llevó consigo a lo más alto de la tarima a Pedro y a Haruki, y desde allí saludaron los tres.


Los entrevistaron allí mismo. Hubo más de un momento muy tenso, pues Pedro no estaba bien predispuesto para hablar y, pese a que quien formulaba las preguntas era un expiloto, más de una vez lo miró como diciéndole que él no tenía ni idea de lo que estaba diciendo. Por suerte la atención se centró en el vencedor y el rosto de Pedro desapareció de la pantalla.


Sin embargo, aún no habían terminado: todavía les faltaba la rueda de prensa y las cortas entrevistas que daban en una zona habilitada detrás del área del paddock.


—Hora de regresar al trabajo —anunció Suri, y yo fui a apagar el televisor.


Así como me hubiese gustado haber podido ir a dar ánimo a Pedro, me moría de ganas de felicitar a Martin y por eso, cuando oí por ahí que la mayoría de los pilotos terminaba con sus obligaciones, avisé a Suri de que iba al baño y me escapé de la cocina.


Espiando como si estuviese escapándome de la cárcel, me pegué al parachoques de uno de los camiones y miré a ambos lados del corredor.


Estaba a punto de salir del área de Bravío para ir a buscar a Thiago; tenía la esperanza de encontrármelo todavía por ahí, ya libre de periodistas o incluso de sus relaciones públicas. Tenía ganas de darle un buen abrazo y de quedar con él y los demás para ir a beber algo esa noche.


—¿Se te ha perdido algo o te escondes de alguien?


Por poco vomito mi corazón.


Sé que alzó la voz de ese modo para asustarme; sé que llegó a mí sin hacer ruido a propósito. Le di la razón a mi intuición cuando me di la vuelta y lo encontré detrás de mí, de brazos cruzados, observándome con una mirada altiva. Había malicia en la mueca que formaban sus labios.


—Me has asustado —le dije, pero Pedro ni se inmutó.


—Si lo has hecho, por algo será. ¿Qué haces?


—Nada.


—¿Adónde vas?


—¿Para qué quieres saberlo?


—Por tu actitud, cualquiera diría que estabas a punto de hacer algo malo.


—Puedes regresar a tu autocaravana. —Sus malos modos hicieron que me entraran ganas de felicitarlo, en tono socarrón, por su segundo puesto. Me contuve.


—No.


—¿Necesitas algo de la cocina?


—No.


—Perfecto. Entonces, como no puedo serte de utilidad, seguiré con lo mío. Adiós, supongo que nos veremos en Rusia.


Di media vuelta y comencé a andar.


Maldije con ganas cuando noté que seguía mis pasos.


—¿Adónde vas?


—Vete —le exigí perdiendo la diplomacia.


—Deberías estar en tu puesto de trabajo.


—Y tu trabajo no es seguir mis pasos. Voy al baño.


—Los baños no quedan por allí. —Apuntó hacia donde yo ya sabía que quedaban los baños—. Por allí está el sector del equipo Asa. ¿Necesitas que te diga cuál es la casa rodante de Martin?


El té verde trepó por mi garganta. No le respondí. Sabía muy bien cuál era la autocaravana del brasileño.


—Debes de estar muy feliz —lo miré de reojo sin dejar de avanzar—, exultante; después de todo, eres «su chica».


—Y tú, «su chico». —Le solté una mirada como diciéndole que dejase de molestar, Martin y yo éramos sólo amigos.


—Queda claro que no es lo mismo.


—Lo que queda claro es que estás muy confundido. —Detuve mis pasos—. Planeo ir a felicitarlo, sí, porque, efectivamente, es mi amigo, y ésta es su última temporada y acaba de ganar una carrera después de mucho batallar para conseguir algo con su equipo. Supongo que también lo has felicitado. —Me quedé en silencio un par de segundos para ver su reacción. Frunció el entrecejo y apretó los labios como impidiendo que se le escapasen las palabras —. No creo estar haciendo nada malo. Ahora, si me lo permites... —Proseguí mi camino. Ilusa de mí, creí que así me dejaría en paz.


—Estás contenta, ¿no es así? —escupió en mi dirección.


—Sí, estoy contenta, pero no por regocijarme de que hayas terminado en segundo lugar, Pedro. Estoy contenta porque ha ganado mi amigo, nada más. No necesitas hacer un berrinche; no me hace feliz que pierdas, no soy así, no quieras ponerme en ese sitio.


—No te cuesta mucho ponerte en el lugar de la chica que sale corriendo a felicitar a un piloto del equipo contrario.


—Ok, estás montándome una escena, perfecto: descarga conmigo tu rabia si es lo que necesitas. Entiendo que estés frustrado; estás demasiado acostumbrado a quedar primero. A mí tampoco me gusta que se me baje el merengue, pero yo no te odio por eso, Pedro.


—¡El campeonato no es un puto merengue! ¡Esto es importante! —bramó atrayendo la atención de las personas que andaban por allí.


—¡Eh, tú, cuida el modo en que me hablas! No tendré sobre mis hombros cinco campeonatos mundiales de la categoría reina, ni soy dueña de mi propio aeroplano, pero no por eso tienes derecho a faltarme al respeto.


Un par de mecánicos del equipo rojo pasaron junto a nosotros sin perdernos de vista. Más de uno se quedó observándonos con curiosidad y sin demasiados reparos en hacer gala de su picardía.


—No busques pelea conmigo, Siroco —lo amenacé con un dedo en alto, perdiendo mis filtros y el sentido de la orientación, por lo que me olvidé de que ése era su circo. O al menos lo había sido hasta unas horas atrás, antes de perder su hegemonía sobre la pista—. No quiero discutir contigo.


—No, sólo provocarme para empeorar mi día.


—¡¿Disculpa?!


—Sabes muy bien de qué hablo —chilló.


—Definitivamente estás muy mal. ¿Sabes qué?, esta conversación se acaba aquí. —Di media vuelta y seguí con mi camino.


—Es porque no hemos vuelto a hablar después de lo que sucedió...


No le permití terminar.


—No sucedió nada, campeón. ¿Por qué, mejor, no te ocupas de tus cosas?


Tendrás cosas mucho más divertidas que hacer que seguirme a mí, imagino.


—¿Se lo has contado a alguien, a Helena?


—No tengo nada que contarle a nadie.


—Ella se ha pasado todo el fin de semana mirándome mal.


—¿Y de veras crees que es por mi culpa? —Ni siquiera me molesté en detenerme para decirle aquello—. Nadie sabe lo que pasó. No me interesa ventilarlo; de cualquier manera, no me necesitas a mí para que la gente te mire mal. ¿Acaso no te has percatado de que ninguno de los pilotos te felicita cuando vas al podio? Sólo estrechan tu mano los que se ven obligados a compartirlo contigo, y uno de esos suele ser tu compañero de equipo y, el otro, tu mejor amigo. —En ese momento sí que me había detenido—. Debiste ver la mueca en tu rostro al bajarte del automóvil y cuando Martin te hablaba en la zona de pesaje. No digo que debas sonreírle a la cámara si no estás feliz, pero sí que no actúes de un modo tan despreciable solamente por haber perdido una carrera, mucho menos cuando quien gana es tu mejor amigo.


Pedro se quedó mirándome en silencio un momento y al final reaccionó.


—Es evidente que tú no comprendes lo que significa esto.


—Lo que no entiendo es que tú no veas más allá de esto, pero, en fin, no tengo ni idea de cómo es tu vida fuera de aquí. Martin bien lo dijo, no te conozco.


—¿Martin y tú habláis de mí?


—Eres su amigo... De todas formas, no te emociones demasiado, no eres nuestro principal tema de conversación; por suerte, nosotros podemos hablar de otras cosas que no impliquen carreras, campeonatos y ese tipo de asuntos. Es sólo que es evidente que tu amigo se preocupa por ti porque ve que eres un pobre desgraciado que no le cae bien a nadie. Créeme que, en cierto modo, también me da un poco de pena no poder acceder a intentar ser tu amiga como él quiere, pero la verdad es que esto me sobrepasa, tú me sobrepasas. Simplemente no puedo contigo, no tengo la paciencia de Martin. De verdad creo que deberías cuidar un poco más la amistad que hay entre ambos, imagino que no tienes muchos amigos como él. Yo que tú comenzaría a plantearme qué será de ti el año que viene, cuando él ya no esté por aquí. —
Inspiré hondo—. Ahora, si me disculpas, iré a felicitarlo, porque a mí sí me interesa cuidar la amistad que tengo con él, más allá de este circuito, más allá del bendito campeonato.





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