miércoles, 27 de marzo de 2019

CAPITULO 49





Por suerte, el lugar escogido por Martin para el encuentro quedaba a unas pocas calles del hotel en el que me hospedaba, por lo que pude ir a pie, perdiéndome por esa ciudad tan distinta a las que conocía, Shanghái.


Al llegar al bar un poco más tarde de la hora indicada, hallé al ganador de la carrera en compañía de su compañero de equipo, un par de sus mecánicos y su ingeniero de pista, además de Kevin, Helena con su novia, Haruki y, Vittorio y Sergio, otros dos pilotos amigos del brasileño.


Respiré aliviada al comprobar que, en las mesas que el grupo ocupaba, no estaba Pedro, ni quedaban sillas vacías. Al instante me sentí mal por no verlo allí, pero no por mí; la verdad es que no me hubiese hecho ningún bien tenerlo
alrededor de las mesas con los demás, pues, desde nuestra charla-discusión antes de toparnos con Martin en el circuito, no podía parar de pensar en él, en nuestro beso, en sus palabras y en mis ganas de no llevarme mal con él, porque, pese a todo lo despreciable que pudiese resultarme, una parte de mí deseaba conocerlo, quería entender cómo funcionaba su cerebro y, sobre todo, su corazón; anhelaba descubrir qué había detrás del campeón. Quizá me hacía demasiadas ilusiones, fantaseando con lo que pudiese haber detrás de ese hombre que tenía por costumbre mirarnos a todos desde arriba de su podio; necesitaba creer que había algo más, porque no tenía ganas de aceptar que estaba permitiendo, del modo más infantil, que el cosquilleo que me recorría cuando lo tenía cerca o incluso cuando simplemente pensaba en él tomase el control cada vez con más frecuencia y mayor intensidad. También se tornaban una constante mis ansias de sacudirlo para intentar hacerlo entrar en razón y, por ello, me repetía que mis razones no necesariamente debían ser las suyas y que su vida era muy distinta a la mía; por eso él era quien era y yo era yo; compararnos o unirnos era imposible, y me cabreaba conmigo misma cada vez que me asaltaban esos arranques de juzgarlo o pretender cambiarlo.


Inspiré hondo ese aire que en China olía tan distinto al de Australia, al de España o al Baréin, y continué avanzando en dirección a la mesa. 


Martin ya me había visto y se había puesto de pie para llamarme a gritos, con el fin de que pudiera oírlo por encima de la música y del bullicio reinante en el local.


Fuera como fuese, por esa chispita racional que todavía quedaba en mí, comprendí que Pedro tendría que haber venido para celebrar con su amigo su victoria, pese a su derrota personal. Me dio pena por Martin; él sonreía, pero yo tenía claro que la ausencia de Pedro le pesaba. Mi alivio me supo todavía peor cuando el brasileño me abrazó, agradeciéndome mi presencia.


—De nada. —Le di un beso en la mejilla—. No pensaba perdérmelo por nada del mundo. Perdona el retraso, es que hemos tenido que trabajar hasta tarde y no podía venir sin recomponer un pelín mi aspecto.


Martin me devolvió el beso.


—Tú estás siempre hermosa, Duendecillo.


Me reí.


—Creo que ya has bebido demasiado —bromeé. Tenía aliento a cerveza y la mesa estaba repleta de botellas vacías; sin embargo, sabía que no estaba borracho ni nada por el estilo; solamente había dicho eso porque me dio vergüenza su apreciación sobre mi persona.


—Nada de eso. —Me sonrió—. Gracias por venir.


—Ya te he dicho que no me lo hubiese perdido por nada —contesté. Noté que se ponía un tanto melancólico, pues ya conocía sus miradas y sus sonrisas. Decidí desviar el rumbo que tomaba la situación—. De modo que no me habéis esperado y habéis empezado la fiesta sin mí —bromeé.


—Has llegado tarde —me soltó Martin en el mismo tono.


—Estoy aquí, lo que ya es mucho decir. Estoy reventada; este fin de semana me ha dejado para el arrastre. —Comencé a quitarme la chaqueta de cuero, mientras saludaba al resto de los presentes intercambiado besos y abrazos. Kevin, conocedor de mis gustos, le pidió una cerveza a la camarera que se acercó después de que él la llamase para pedir otra ronda.


Como Martin estaba rodeado de la gente de su equipo, fui a sentarme al otro extremo de la mesa, junto a la novia de Helena, en la cabecera que quedaba vacía, rescatando antes una silla de una mesa contigua.


Mientras todos regresaban a sus conversaciones y risas, Helena se inclinó por delante de Amanda para hablarme.


—Ya creía que no vendrías.


—Casi. Estoy agotada, pero no podía perderme esto. —Me recoloqué mi camiseta roquera, llena de tachas, lentejuelas y demás decoraciones, sobre el pecho. Cuando la compré, me pareció estupenda; ahora me daba la sensación de que era demasiado exagerada. Estaba tan cansada que creo que puse demasiado ahínco en recuperar mi imagen y me pasé de la raya; los demás iban vestidos más casuales. Se me había ido la mano con el rock-glam de mi atuendo.


—Estás estupenda. Me encanta tu camiseta —me dijo Amanda.


—No se te nota el cansancio —acotó Helena, sonriéndome.


—Me parece que me he pasado con el maquillaje, ¿no? —Me entraron ganas de ir al baño a quitarme un poco de la sombra de ojos y del resto del maquillaje con el que había procurado disimular mi cara de cansada.


—No, estás genial —me animó Helena.


—Una pena que seas hetero —bromeó Amanda.


—Y que tú tengas novia —le espetó Helena en el mismo tono de cachondeo.


Las tres nos reímos. Mi cerveza llegó y me sentí un poco menos incómoda con mi apariencia.


Como yo acababa de llegar, Kevin propuso un nuevo brindis en honor a Martin, y Fabien, que sí había bebido un poco de más, soltó un discurso en francés dedicado a su compañero de equipo que la mayoría de nosotros sólo entendimos a medias.


Bastaron un par de minutos para que volviésemos a ser los de siempre, para que la conversación recuperase el ritmo distendido de otras noches. De cualquier modo, se notaba que era una ocasión especial; todos estábamos más que felices por Martin y él rebosaba entusiasmo.


—Entonces... del campeón, ¿ni rastro? —le pregunté a Helena cuando ésta se me acercó para tenderme uno de los cuencos de snacks que había en el centro de la mesa; si continuaba bebiendo con el estómago vacío y el agotamiento que cargaba encima, alguien tendría que arrastrarme de regreso al hotel. Bueno, además, pedirle la fuente me había servido de perfecta excusa para tener un poco de privacidad con ella otra vez. El caso es que, hasta hacía un instante, habíamos estado hablando todos medio a gritos y entre carcajadas.


Helena negó con la cabeza.


—La última vez que lo vi fue en el circuito, cuando íbamos saliendo. —Sus ojos se desviaron por una fracción de segundo hasta Amanda—. Estaba con Mónica.


—Imaginé que vendría.


—Si jamás viene cuando estamos todos, Pau. El campeón no se mezcla con los plebeyos, ya sabes cómo es. Me sabe muy mal por Martin. 


Pensé lo mismo.


—No digas esas cosas, Helena —la reprendió Amanda.


—La verdad es que no se merece que hablen de él de otro modo.


—Amor, sabes que no es así. Estás enfadada porque a veces se comporta como un idiota, pero no...


Helena no le permitió a Amanda terminar.


Pese a que Pedro, por lo que yo sabía, tenía una actitud un tanto deplorable con Helena y Amanda por su relación, Amanda era muy paciente con él e instaba a Helena a serlo. Creo que ni ella ni yo teníamos su aguante o sabiduría, así como la de Martin; ni a Helena ni a mí nos entraba en la cabeza que Pedro tuviese esas actitudes tan obtusas.


—No es solamente a veces. Ok, no me gusta comportarme así, pero no soy la única a la que desquicia Pedro. A Pau le sucede lo mismo.


Puse cara de horror por el tono infantil utilizado por Helena, a pesar de que en mi cara se plasmó una mueca similar a la de una niña que intenta defenderse, muy parecida a la que puso ella al pronunciar sus palabras.


—A ver las dos: que cada quien tiene que lidiar con su vida. Vosotras no sabéis qué pasa por su cabeza.


—De acuerdo, eso te lo concedo, Amanda; sin embargo, creo que lo defiendes demasiado. Ése de allí —apunté con el mentón en dirección a Martin — es su único y mejor amigo, y no ha sido capaz de venir a celebrar su triunfo con él, pese a que él dejará la categoría este año. Debería darle vergüenza no estar aquí ahora. Entiendo que están compitiendo por el campeonato, pero hay cosas más valiosas que un título y no... —Me detuve porque noté que Helena y Amanda enderezaban sus espaldas y estiraban los cuellos como si estuviesen viendo algo muy interesante detrás de mí.


—Pues no tiene de qué avergonzarse —afirmó Amanda, indicándome con una mirada cómica que no tenía razón.


Giré sobre mi silla para apoyarme sobre el respaldo y mirar hacia atrás.



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