miércoles, 1 de mayo de 2019

CAPITULO 139




Impulsados por el oleaje de la categoría, partimos de Canadá directos hacia Azerbaiyán para el Gran Premio de Bakú, con el circuito más veloz de toda la temporada.


Pedro estaba muy entusiasmado de probar por primera vez ese circuito callejero en una cuidad verdaderamente increíble, que nos sedujo a ambos en cuanto pusimos un pie en ella. Allí contrastaba, del modo más armónico imaginable, lo antiguo cargado de siglos de historia y la modernidad más tecnológica y deslumbrante, saltando así de calles empedradas del casco viejo a edificios de cristal de formas exóticas y casi espaciales.


Con el horario adelantado, llegamos a destino la madrugada del martes y yo no tuve la fuerza de voluntad de Pedro para, de todas formas, levantarme con la salida del sol a entrenar como hizo él; su sentido de la disciplina y el deber eran únicos. Pedro jamás llegaba tarde a ninguna parte, jamás se quejaba del cansancio o de cualquier otra mala condición que tuviese por delante, salvo por la ineficiencia de otros, o la falta de compromiso y dedicación. Pedro tenía
problemas para comprender que no todo el mundo era así de correcto ni estaba así de comprometido con sus obligaciones. Dudo de que alguna vez en su vida alguien hubiese tenido que ordenarle que hiciese lo que se suponía que debía hacer; nadie mejor que él conocía su agenda y sus compromisos, y, a pesar de que a veces no era muy sociable con todos, si sabía que tenía un evento, una fiesta, una sesión de entrevistas o lo que fuese, Pedro le pedía a Pablo que le facilitase una lista de invitados o los nombres de aquellas personas a las que debía ver para averiguar cosas sobre ellos y conocerlos de antemano. Su manía por intentar preverlo todo, por estar preparado para lo que viniese, llegaba a ese extremo. Así como jamás, ni porque el mundo se viniese abajo, descuidaba ningún aspecto de su entrenamiento y preparación física, ni ningún otro detalle de su carrera, jamás dejaba al azar absolutamente nada si podía hacer algo para adelantarse un paso al destino; así de maniático del control era él.


Un poco del control lo perdió conmigo cuando nos conocimos. No había terminado todavía de saber de mí, de averiguar de dónde venía o quién era, que ya había pedido que me contratasen en el equipo. Por aquel entonces, a un día de cumplir un mes de estar juntos, aún continuaba siendo, en parte, algo que él no lograba controlar, si bien conocía de memoria mis gustos en comida, ropa, zapatillas, música, cine, bebida y tantas otras cosas; lo que él nunca conseguiría terminar de prever eran mis reacciones y era eso mismo lo que decía que le gustaba de mí.


El martes, para él, se redujo a puro trabajo, entre entrevistas, entrenamiento e interminables reuniones con gente del equipo, mientras que yo me dediqué a disfrutar un poco de la ciudad. Me dio pena que no pudiésemos patearla juntos, pero al menos tuvimos la noche para nosotros. Pedro llegó agotado y pedimos comida en la habitación para ser sólo nosotros dos, al menos por unas horas, ya que al día siguiente ambos teníamos que trabajar.



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