miércoles, 1 de mayo de 2019

CAPITULO 140




—Creo que el otro día me comí una docena entera. Esas cositas son extremadamente dulces y adictivas. Deberías buscar la receta y prepararlos aquí.


—A ti no te interesa que los prepare para el equipo —le contesté riendo a Suri; llevábamos un buen rato terminando de organizar la cocina para el día siguiente y, como estábamos tan acostumbrados a trabajar en equipo, habíamos conseguido adelantar muchísimo trabajo del fin de semana, por lo que, mientras ultimábamos detalles, conversábamos sobre las exquisiteces de la gastronomía autóctona; en ese momento, sobre unos dulces que eran similares a las empanadillas.


A Suri lo delató una sonrisa que no pudo contener.


—Seguro que ya tienes la receta.


—Sí, ya la tengo; ayer, cuando me fui de paseo, las probé en un café; acabé hablando con el encargado y él me la pasó.


—¡Lo sabía! —exclamó apuntándome con sus dos dedos índices—. Pásame los ingredientes, que te conseguiré todo lo que necesites.


—Eres fatal.


—Es por el bien del equipo; los chicos estarán felices de comerlas.


—Lo estarás tú.


—Te ayudaré a prepararlas.


—No mientas —reí—, que no te gusta hacer dulces y después delegas en mí todo el trabajo.


—Por favor, por favor, por favor —lloriqueó colgándose de mis brazos.


—Qué actitud tan lamentable para un adulto, Surinder —bromeé llamándolo por su nombre completo.


—¿Qué tengo que hacer para que me digas que sí?


—Para que te diga que sí, ¿a qué? —inquirió Pedro abriendo la puerta para hacer acto de presencia en la cocina, erguido sobre sus largas piernas enfundadas en unos pantalones negros que hacían honor a su entrenamiento atlético, vistiendo además una simple camiseta oscura y una chaqueta de cuero.


Estaba recién duchado, tenía el cabello húmedo y olía como un dios del Olimpo o incluso mejor. 


Yo, en cambio, debía de oler a ajo y frituras.


—Campeón —entonó Suri con voz un tanto ahogada, mientras yo me tiraba a los brazos de Pedro para darle la bienvenida.


Nos dimos un rapidísimo beso.


—Suri quiere que le prepare unos dulces típicos de aquí. Intenta negociar conmigo —le expliqué.


—Pues que tengas suerte —le dijo a Suri—; ésa no es tarea sencilla.


Apartando a un lado su chaqueta de cuero, le di un pellizco casi imposible en sus abdominales; casi imposible porque a Pedro no le sobraba ni un gramo de grasa en ninguna parte del cuerpo, de modo que resultaba un tanto complicado pellizcarlo como es debido.


Con sus ojos dirigidos hacia mí, con esos párpados entornados por los que apenas asomaba su mirada azul celeste, lanzó en mi dirección ese poderío sexi que tenía la capacidad de hacer que mi cuerpo entero se reblandeciese, que mis tripas sintiesen como si jamás hubiese probado bocado y que mi corazón olvidase que el ritmo normal de los latidos no debía seguir las revoluciones del motor de un Fórmula Uno.


—¿Qué haces tú por aquí? ¿No tenías una entrevista con un canal de televisión local?


Eso había ido a hacer cuando salió de allí a media tarde, después de reunirse con el equipo.


—Sí, ya la hemos grabado; di otra para un canal de Fórmula Uno de Latinoamérica y me tomaron unas fotografías oficiales para el equipo... y aquí estoy, bañado y perfumado, listo para sacarte de aquí —anunció sin perder su enorme y juvenil sonrisa.


—Cuánta eficiencia. Deberías haberme esperado en el hotel. No había necesidad de que vinieses a buscarme.


Pedro me apretó contra su cuerpo.


—Sí que la había, porque saldremos a celebrarlo.


Yo sabía muy bien en qué fecha estábamos. 


Nuestro primer cumplemes de estar juntos.


—Bueno, si vamos a salir, será mejor que vaya al hotel a darme una ducha y cambiarme. Huelo a comida y...


Pedro se inclinó sobre mí; su aliento me hizo cosquillas en la coronilla, hasta que su nariz entró en mis cortos cabellos. El contacto tan directo con su aliento y su piel hizo que me olvidase de que probablemente olía como a todos los restaurantes de Bakú juntos, porque en ese instante no podía oler otra cosa que su piel y el perfume que tenía impregnado su camiseta y su chaqueta de cuero.


—Eso no será necesario, hueles tremendamente bien.


—Huelo a comida.


—A comida sabrosa.


De refilón, vi a Suri poner los ojos en blanco mientras sonreía ante las palabras de Pedro.


—Puedo llevármela ya, ¿no es así? —le preguntó Pedro a Suri.


—Sí, aquí ya hemos terminado hasta mañana.


—Entonces, tú y yo estamos fuera —me dijo mirándome fijamente.


—Pero Pedro, no puedo salir así, estoy...


—Magnífica, como siempre. Andando. —Me dio una palmada en el muslo —. Tenemos un coche esperándonos fuera.


—¿Un coche?


—¡Que os divirtáis! —nos deseó Suri.


—Lo haremos —afirmó el campeón.


Pedro apenas si me dio tiempo a quitarme el delantal y recoger la chaqueta, que no era otra que una del equipo, con el nombre y todos los parches de los patrocinadores. Sin duda mi apariencia no era la mejor para salir por la noche.




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