sábado, 4 de mayo de 2019

CAPITULO 152




La verdad es que preferí no pasar por el box antes de la carrera, no quería tener que adelantar mi encuentro con mi hermano y los suyos, y además estaba demasiado ansiosa por ese nuevo encuentro entre Tobías y Pedro; tenía la impresión de que le pasaría mis nervios a Pedro, y no me apetecía arruinarle el fin de semana, y aún menos desconcentrarlo, ya que, de por sí, pese a que esa nueva competición estaba siendo tan buena para él como todas las anteriores, lo notaba quizá un poco disperso y más irritable de lo normal; no importaba que repitiese hasta el cansancio que todo iba bien, notaba que no era así desde la comida en casa de Tobías.


El cielo nublado y celeste de Inglaterra acentuó su aspecto en lo primero y, en diez minutos, y justo a la hora que estaba pronosticada, comenzó a caer la lluvia, que pronto convirtió la pista en un tobogán de agua.


Pedro ya estaba dentro de su vehículo, con Toto en cuclillas a su lado comentándole algo mientras alguien del equipo sostenía sobre ellos un enorme paraguas para evitar que quedasen empapados.


La lluvia, que fue torrencial al principio, empezó a mezclarse con rayos de sol que se filtraban, atrevidos, entre las nubes.


La carrera se inició con safety car y, durante las primeras diez vueltas, Pedro corrió ansioso e inquieto detrás del automóvil plateado que lo contenía de darle a fondo al acelerador; si incluso al aire salió un audio de mi novio hablando con Toto claramente indicándole, con palabras poco amables, que «sacasen de una maldita vez ese coche de delante». Según Pedro, la pista ya estaba transitable, y así lo único que ganaban era que a todos se les enfriasen los neumáticos.


Un par de curvas después, por poco topa con el safety car.


Su «¡ya era hora!» exclamado con exasperación cuando al final le anunciaron que la flecha plateada desaparecería de delante de él en la próxima vuelta, hizo reír a los periodistas que transmitían la carrera. Después de eso, fue simplemente ver a Pedro volar sobre la pista. El campeón me había dicho lo mucho que le gustaba conducir en la lluvia y eso se hizo patente unas diez vueltas más tarde, cuando les arrancó a todos una diferencia increíble, que supo sostener incluso cuando salió el sol y el cielo se tornó por completo nítido.


Pedro pasó la meta ocho segundos doscientas cincuenta milésimas por delante del segundo, que fue un piloto de la escudería roja, y a casi diecisiete del tercer clasificado, un piloto finlandés con el cual yo apenas había cruzado un par de saludos un tanto secos durante los meses que llevaba en la categoría: el hombre era un tanto parco en palabras.


Haruki cruzó la meta el quinto, después de complicarse la existencia con la lluvia, el espray y un juego de neumáticos que evidentemente no le sentó muy bien.


Martin tampoco tuvo demasiado buen fin de semana. Su automóvil fue indomable, por lo que tuvo que conformarse con un noveno lugar, a casi una vuelta de Pedro, sumando nada más que dos puntos para el campeonato.


Pedro saltó feliz desde la carrocería de su automóvil para celebrar con ganas su décima victoria de la temporada.


Después de pasarle el casco y el resto de sus cosas a Toto, el campeón vino a por mí, sonriendo de oreja a oreja.


Allí lo esperaba yo, colgada del vallado que nos separaba a todos de los ídolos del automovilismo.


Los mecánicos y el resto del equipo lo recibieron con vítores y aplausos.


Hubo palmadas y bromas por las comunicaciones entre el box y él, porque Pedro había hablado como si nadie estuviese escuchándolo, como si nadie fuese a oír sus palabras jamás. En fin, que al igual que un niño, algunas veces el campeón no tenía filtro.


—¡Felicidades! Has hecho una carrera estupenda, Siroco.


Sin que mediase una palabra por su parte, llegó a mí para besarme, ante los clamores y gritos de los mecánicos que nos rodeaban.


Sin soltar mi cuello, Pedro apartó sus labios de los míos.


—Gracias por estar aquí —me susurró.


—No podría estar en ningún otro sitio.


—Sí, tú tienes otros lugares a los que ir, otras personas con las que estar, tienes una familia.


A pesar de su victoria, noté un deje de tristeza en su mirada.


—Mi lugar es contigo; yo quiero estar aquí, a tu lado.


Pedro me regaló una sonrisa dulce de las suyas.


Estirándome, besé rápido sus labios.


—Soy feliz de estar aquí contigo, campeón. Disfruta de tu victoria. Me siento muy orgullosa de ti. Te amo.


Pedro me miró con ojos llenos de amor y, a continuación, cogió mi mano izquierda y me dio un beso sobre el anillo de compromiso.


—Te veo luego.


—Claro, ve a celebrarlo, que muy merecido lo tienes.


Esa atractiva boca suya me sonrió una vez más antes de alejarse en dirección al podio.


Otro que no perdió la sonrisa, pese a que el funcionamiento de su monoplaza no fue el mejor, fue Martin.


Pedro se retrasó, debido a sus compromisos con la prensa, por lo que, con Martin, nos adelantamos hacia el día de campo para tener así oportunidad de presentarle a mi hermano y los suyos. De hecho, estuvimos allí más de dos horas, reunidos también con la familia de Suri, comiendo, conversando y escuchando música, hasta que Pedro se unió a nosotros durante un par de minutos, para partir otra vez en dirección a una sesión de autógrafos y fotografías que ya tenía planificada de antemano con las familias del equipo.


Junto a los demás, lo divisamos de lejos mientras seguía con su trabajo hasta que el sol cayó por el horizonte.


Todo el equipo en pleno, y sus familias, se reunió alrededor de las mesas dispuestas para una gran cena. Pedro comió conmigo, Martin, mi hermano y los suyos, pero no participó demasiado en la conversación y tampoco comió excesivamente, porque el menú no era muy apto para él. Tampoco sonrió en exceso y estuvo un tanto distante, pero se lo achaqué a la carrera. La verdad era que, para Pedro, esas casi dos horas dentro del vehículo, en condiciones normales, resultaban un tanto agotadoras, y era aún peor cuando a ello se sumaba algún elemento de tensión, como había sido la lluvia al inicio de la carrera.


La fiesta se alargó más de lo que pensaba que duraría y, avanzada la noche, me despedí de Tobías, Tomas y mi sobrina; ésta ya dormía en brazos de Tomas.


Ellos se iban hacia su casa y nosotros en breve partiríamos hacia España, a la sede del equipo, para trabajar unos días antes de la carrera de Hungría. Pedro volaba esa misma noche a Montecarlo, porque debía ocuparse de unos asuntos legales.




2 comentarios:

  1. Dije que el hermano me daba mala espina, qué desubicado cómo lo trató a Pedro.

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  2. Se fue de tema el hermano sinceramente... Que hubiera hecho el si pau hubiese tratado así a su esposo cuando lo conoció??

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