miércoles, 15 de mayo de 2019

CAPITULO 187




Llegué del hotel después de haber ido hasta allí para darme una ducha y cambiarme de ropa, y me acomodé en mi sitio en la sala de espera. En ese momento allí no había nadie del equipo; sin embargo, los fans continuaba en la entrada.


Dejé mi bolso a un lado y me tomé un segundo para asimilar que estaba allí otra vez. Conté tres respiraciones con los ojos cerrados y, al abrirlos, vi a Martin de pie junto a la entrada.


—Hola, Duendecillo.


Me puse de pie y fui hasta él mientras él se acercaba a mí. Compartimos un abrazo.


—Vengo de verlo. Sigue igual. Todavía continúa con unas décimas de fiebre.


—¿La oxigenación?


Martin meneó la cabeza.


—Sin cambios.


—¿Su pierna?


Se encogió de hombros.


—¿Y Alberto?


—Cuando llegué lo convencimos con David para que fuese al hotel a descansar un poco.


—¿Hay alguien con Pedro ahora?


—No, sólo las enfermeras. —Martin me guio hasta las sillas—. Vino Mónica —comenzó a decirme cuando llegamos a éstas—. Estuvo un par de minutos dentro y se fue.


—Está bien. No soy tan obtusa como para impedir que lo vea.


—¿Pasarás la noche aquí?


Asentí con la cabeza.


—Bien, aquí me quedaré contigo.


—Gracias.


Martin me sonrió.


—¿Sabes una cosa?, ese idiota no nos merece. Lo que nos hace sufrir con esto... —bromeó.


Mis ojos se llenaron de lágrimas otra vez. Cómo podía ser que llorase una y otra vez, sin que se me acabasen las lágrimas.


—Despertará, ya lo verás. Despertará pronto, para fastidiarnos la vida con ese mal genio suyo.


—Adoraría poder padecer su mal humor en este instante.


Martin rio.


—Sí, claro, te entiendo; no eres la única.


—Necesito que despierte, Martin. Suena terriblemente egoísta, pero lo necesito conmigo. Lo quiero aquí.


—Todavía está aquí. No pierdas la esperanza.


—No quiero perderla.


—Justo ahora, antes de salir, se lo he advertido; le he dicho que, si no despertaba pronto, le arrebataría el campeonato. —Martin me guiñó un ojo—. Verás cómo despierta de un momento a otro.


—Entonces, seguro que despierta —le seguí la corriente.


—Sí, el muy jodido haría cualquier cosa con tal de impedir que le quiten el título de campeón.


Los dos nos forzamos en sonreír. Conversamos un poco más. Entré a ver a Pedro un rato, en él no había cambios. Su padre me reemplazó, luego Pablo, quien vino a despedirse porque ya no podía demorar más su partida; tenía que volar a España para reunirse con el resto del equipo.


David le hizo un rato de compañía, luego Martin otra vez y, como ya era tarde y el padre de Pedro se había quedado dormido sobre tres sillones, entré yo. Si no podía acostarme a su lado, al menos me sentaría allí, pegando lo más posible la silla a su cama.


Allí me quedé, sujetando su mano, intentando, con mi respiración, darle fuerza a la suya, hasta que el sueño me venció y me quedé dormida




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