miércoles, 20 de marzo de 2019

CAPITULO 28




Después de una carrera estupenda en la que Pedro ganó de manera aplastante, destacando por encima de los demás pilotos, y con un segundo puesto de Martin y un tercer lugar para Haruki (allí estuvo, en realidad, lo más picante de la competición, en la batalla entre ambos), Suri y yo nos pusimos manos a la obra para preparar todo el equipo de cocina para que fuera trasladado a Baréin. Lorena nos echaba una mano. Ya era tarde y oscurecía.


—Permiso, ¿se puede? —Érica asomó la cabeza dentro de la estancia.


—¡Claro que sí! —exclamó Suri, exultante. Desde la bandera a cuadros, mostraba una enorme sonrisa en los labios—. Pasa, pasa, solamente lo estamos preparando todo para dejarlo en condiciones para el segundo gran premio.


—Ah, bien, perfecto, porque de eso venía a hablaros. —Érica entró.


Cargaba una carpeta negra con el logo del equipo en la mano derecha—. Paula, ¿tienes un segundo?


No la noté enfadada; sin embargo, ya sentía el sabor de lo que estaba por venir, pues supuse que Pedro se habría encargado de hacer que mi despedida del equipo fuese de lo más amarga.


Me aclaré la garganta.


—Sí, dime.


Érica miró a Suri de reojo y le sonrió.


—Bien, el asunto es el siguiente: el equipo está muy contento contigo; tu desempeño ha sido estupendo y nosotros valoramos la dedicación que las personas como tú ponen en su trabajo. Te llevas muy bien con Suri, él dice que ambos formáis un equipo estupendo, y todo el mundo adora tus postres.


«Todos, menos Pedro», pensé. No entendía a qué venía todo eso.


—Nos gustaría proponerte que siguieses con nosotros al menos lo que resta de la temporada.


—¿Qué? —balbucí atontada, sin poder creer lo que mis oídos acababan de captar.


—Que queremos que nos acompañes a Baréin y, de allí, a China, Rusia, España, Mónaco, Canadá... —Suri derrochaba alegría.


Lorena soltó un grito de felicidad que me ensordeció tanto como el motor de los automóviles.


—¿Es en serio? Yo creía que habías venido a... —Apreté los labios.


Mentalmente le pedí una disculpa a Pedro por pensar mal de él, por esperar que su reacción hubiese sido quitar de en medio a esa persona que le hacía frente, molestándolo, sin el menor reparo. ¿Disculparlo? ¿Agradecerle tolerar mi sinceridad? No tenía ni idea de cómo sentirme con respecto a él y me pregunté si esa noticia le haría feliz. ¿Para qué engañarme?, lo más probable era que no.


—¿A qué? —curioseó Érica.


—Por favor, di que sí, que te quedarás conmigo —rogó Suri—. Lo hacemos estupendamente bien y lo sabes.


—Éste es tu contrato. —Érica me tendió la carpeta que llevaba—. Aquí están las condiciones de nuestro ofrecimiento. Te aseguro que no es una oportunidad como para despreciar.


—Sí, bueno, es que...


—Si no tienes otros planes. ¡Tienes que decir que sí! —chilló Lorena.


Pensé en mi madre. Eso no le gustaría ni siquiera un poco; bueno, al fin y al cabo, era un trabajo, no solamente vagar por medio mundo sin destino.


—Tengo un pasaje de avión que ya he cambiado una vez, no creo que...


—Paula, la remuneración que te ofrecemos es muy generosa; nosotros cuidamos a nuestra gente, no tendrás problemas en comprar un nuevo billete a casa cuando quieras regresar.


—Por favor, di que sí —insistió Suri.


—Eso, di que sí o me culpará a mí de aquí a la eternidad por perderte. Te quiere en su cocina con él, y a todos nos encantaría que te quedases. Todos sabemos que no necesitamos buscar a nadie más si tú estás aquí. Acepta, por favor, de verdad te lo digo; no quiero tener que volver a oír a Suri lloriqueando por ahí por miedo a perderte.


—¿Ibas lloriqueando por ahí? —le pregunté al chef en broma, consciente de que tenía claro que la respuesta era un enorme «sí». Mi madre pondría el grito en el cielo.


—No me tortures, Duendecillo; acepta la oferta, dime que vendrás con nosotros.


Mi sonrisa me delató antes de que lo hiciese el «sí» que solté con todas las ganas del mundo. Vería más clasificaciones, más carreras... Compartiría con el equipo muchos más momentos, sería una más de Bravío, al menos hasta finales de noviembre, cuando se celebrase la última carrera de la temporada.


Esa noche, incluso antes de darle la buena noticia a mi familia de que ya había firmado un contrato con Bravío para trabajar para ellos durante toda la temporada, celebré con Helena, Martin, Haruki y Kevin mi incorporación a la categoría. Y sí, con ellos y Lorena, que se sumó a nosotros, me emborraché, pero no demasiado. Fue increíble, porque algo nuevo comenzaba y una parte de mi vida quedaba atrás; en unos días tendría que despedirme de Lore.



El lunes llamé a casa; hablé con mis padres y con mis hermanos. La noticia los cogió por sorpresa, pero lo aceptaron, sobre todo en el caso de mi madre, con más calma de la que imaginé que pudiese tener después de los incontables retrasos de mi vuelta al hogar.


Llamé a Tobías a Londres y él se alegró mucho por mí. De todos, fue quien más se entusiasmó. Luego comenzamos a hacer planes para cuando la categoría fuese a Reino Unido a correr.


Hice mis maletas y Lorena, las suyas. Hubiese preferido ser yo quien la despidiese a ella en el aeropuerto, pero se dio todo al revés: el equipo Bravío partía hacia su siguiente parada.






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